¿Para qué sirve la utopía? (En recuerdo de Eduardo Carlón Pereyra Rossi)
“Ella está en el
horizonte. Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos.
Camino diez pasos y
el horizonte se corre diez pasos más allá.
Por mucho que yo
camine, nunca la alcanzaré.
¿Para qué sirve la
utopía? Para eso sirve, para caminar" Fernando Birri
Por Hugo Basso*
-Es así –me
dice-, la utopía es como la mujer que uno ama. Por ahí no vas a
tenerla nunca, pero tratar de alcanzarla te mantiene con vida.
-O te lleva a al
muerte –le digo-. -Es lo mismo –me responde como si yo hubiera
dicho la boludez más grande-. Es lo mismo porque la muerte, si vale
la pena, es una etapa de la vida. Como te explico… algo así como
una muerte que se vive.
Caminamos por
Arroyito, cerca de la cancha de Central. Y le sigo la corriente
porque sé que a él le gustan estas charlas, que tenemos muy de vez
en cuando. No sé por qué exactamente, pero presumo que él habla de
estas cosas solamente conmigo. Esto de dejar un poco las evaluaciones
políticas, que si los milicos dan elecciones o hay que prepararse
para la insurrección. Si tenemos que legalizarnos y volver a las
cárceles si es necesario. O tenemos que seguir escondiéndonos y
dejar que nos maten como perros, como al pobre Yaguer hace unos días.
-Algo así como una
muerte que se vive.., dejate de joder Carlón, ninguna muerte se
vive, si creo entender a qué te referís con eso de vivir. Te cagás
encima, -le digo y le recuerdo lo que nos había pasado unos días
atrás, cuando casi nos cazan en un bar de Avellaneda. Y le cuento lo
que siente uno cuando está atado a la parrilla y le ponen los
doscientos veinte en los testículos y el corazón empieza a
escaparse del pecho-, la muerte es siempre la muerte.
Me mira sin
contestar y nos sentamos en el pasto a fumar un pucho. Miramos el río
y los veleros como mechones blancos, sobre la cabeza marrón del
Paraná.
-La verdad, siempre
tuve la duda –me dice-. No sé, a lo mejor nos morimos al pedo. A
lo mejor vivimos para la mierda y es al pedo. Siempre pienso mucho en
eso, pero viste, si no creés en algunas cosas no podés seguir par
adelante. Como lo fedayines palestinos, ellos mueren por la
revolución pero también por Alá, no le temen a la muerte. Para
ellos la muerte es como un pasaje y si mueren en combate, el pasaje
es al paraíso. A veces pienso que si nosotros fuéramos así, ya
habríamos ganado. Y a veces pienso que ese desprecio por la muerte,
esa idea de que es parte de la vida y que vale la pena el sacrificio,
nos alejó de la gente.
Me doy cuenta que no
me habla a mí. Se dice esas cosas a sí mismo. Y cuando tira el humo
del cigarro de esa manera, atravesándolo con la mirada perdida en el
río y los veleros, es porque se acuerda de aquella rubia tan bonita
que era su compañera, hasta que la mataron.
Lo conozco desde
hace años. De la zona sur, de Merlo, de la cita en Madrid, de mi
casa en México, del departamento en San Pablo donde lo disfrazábamos
de cura al Pelado, para que entrara por Puerto Iguazú. En aquel
entonces él, Carlón, andaban siempre con su cuadernito de tapas
rojas a cuestas. “Vos que vas a poder, contá estas historias”,
me decía. Y yo le respondía que se dejara de joder, que las
escribiera él. Me decía que no, que él no iba a estar para
escribirlas.
-Tano, a veces
pienso que tenés razón, -me dice mientras los ojos se le pierden
tras el humo del cigarro-. -Mirá Carlón, perdoname. No me olvido
que sos un Comandante; y sabés como te respeto y que te quiero como
a un hermano. Pero me parece que estamos meando fuera del tarro. Mirá
como vivimos, lejos de la familia, aislados, escondiéndonos como
ratas. Vos quisiste tener hijos y no pudiste, perdiste tu compañera.
Nos estamos haciendo mierda. No sé, ponéle que pasa algo, un
milagro y ganamos. ¿Cómo vamos a llegar a eso, para qué vamos a
servir, qué vamos a ser? Vivimos aterrorizados y lo escondemos
detrás de toda esa mistificación de la muerte. Yo, la verdad, no
quisiera morirme. ¿Patria o muerte?, me quedo con la patria.
-Tano, yo tampoco
quisiera morirme –me interrumpe-. Mirá que lindos barquitos, mirá
aquel, hay una mina tomando sol arriba. Yo tampoco quisiera morirme.
Pero tampoco quiero que los que murieron, se hayan muerto al pedo. Un
día, estoy seguro, pelear no va a ser tan jodido. En este país va a
pasar algo, vas a ver. Y pelear no va a ser tan jodido. Sería
bárbaro, te imaginás, perseguir la utopía de la que hablábamos
hace un rato; pero sin tener que morir en el intento. Vas a ver, un
día van a ser ellos los que tendrán que esconderse. Vos lo vas a
ver.
Fue una de las
últimas veces que lo vi. Al Comandante Eduardo Carlón Pereira Rossi
lo asesinaron de un escopetazo en la cara, con las manos atadas en la
espalda, en el otoño de mil novecientos ochenta y tres. Tenía
razón, por algo era quien era. Los que lo mataron, hoy tienen que
esconderse. Y hay quienes pueden pelear sin dejar de vivir por eso.
Alguien me hizo acordar de él en estos días. Y recordé también el
pedido de escribir algunas historias. Es una de las muchas formas de
perseguir a esa mujer que está en el horizonte; y se aleja cada vez
que queremos alcanzarla. Quizás, quien sabe, en ese intento esté el
verdadero goce de la vida. De la vida, dije, Comandante.
*Compañero de
militancia de Eduardo Pereyra Rossi y Osvaldo Cambiaso. Ex preso
político y sobreviviente de la última dictadura cívico militar.
Este miércoles declaró como testigo en el juicio oral y público
por el secuestro y homicidios de Carlón y el Viejo. Este texto fue publicado hace ya unos cuantos años en el semanario La Tribuna, que dirige el propio Hugo Basso.