Juicio Díaz Bessone: El Tío Feced
Por Juane Basso.En agosto de 2001 se publicaba en el periódico El Eslabón, por primera vez, la historia de Graciela Borda, la sobrina del máximo represor de la dictadura en Rosario, Agustín Feced –ya fallecido*–. Este lunes Graciela declaró en el juicio en el que se juzga a una parte de la patota que operó en el Servicio de Informaciones a donde ella, una compañera y su marido fueron llevados ilegalmente, y donde perdió un embarazo.
El 1 de julio de 2001, camino hacia el escrache que H.I.J.O.S. Rosario realizó ese día al represor Juan Daniel Amelong –en la actualidad condenado a prisión perpetua por los crímenes cometidos en el circuito represivo de la Quinta de Funes–, este cronista pasó por un kiosco con unos volantes que convocaban a esa actividad. Los panfletos dispararon un fugaz debate entre la concurrencia. “Hay que hacerlo cagar a ese hijo de puta”, dijo un señor muy bien vestido que después se retiró a su casa a pasar un sábado en familia. Enseguida la señora que atendía el kiosco se me acercó y en voz baja dijo: “Yo estuve detenida en jefatura y me interrogó mi tío, Agustín Feced”. Ahí nomás le propuse pasar otro día para que me relate esa historia. Saludé, pagué mi “sanguchito” y salí rumbo al escrache móvil.
Un viaje de ida. Margarita Feced y Calvo era una joven maestra catalana que vivía con su hermano menor, Blas. Su padre había fallecido cuando chicos y el resto de la familia se embarcó hacia Argentina a probar suerte, al igual que millones de europeos que llegaron a estos pagos los primeros años del siglo pasado. Margarita prácticamente crió a su hermano, tenía un carácter imponente, por ella Blas también se convirtió en maestro. En 1910 arriba al país el barco Principesa Mafalda trayendo en su vientre a los dos hermanos que habían quedado en Barcelona.
"El tío Blas se radicó en Campana, era un tiro al aire –relató detrás del mostrador de un kiosco que supo tener hace ya varios años, Graciela Borda–, llegó a ser director de escuela y fue un afiliado del Partido Comunista. Tuvo dos hijos, Raúl y Agustín. Mi abuela se fue a trabajar de maestra rural en medio de dos estancias en San Cristóbal, murió a los 103 años en el ‘79."
Un amigo del Che. El doctor Martín Agustín Borda fue un traumatólogo no muy conocido en el país pero muy prestigioso en el exterior. Él mismo se amputó el apellido de la madre cuando su primo Agustín asumió la jefatura de Policía de Rosario. Es uno de los hijos de Margarita Feced y el padre de Graciela.
El doctor Borda, estudió medicina en la Facultad del Litoral en Rosario –todavçia no habçia sido fundad la Universidad Nacinal de Rosario (UNR)–. En ese entonces conoció e hizo amistad con Ernesto Guevara Linch. Al igual que su tío fue miembro del Partido Comunista y en 1960, luego de un congreso en los Estados Unidos, se cruzó a la isla Caribeña para "conocer esa revolución" de la que tanto se empezaba a hablar. Allí se reencontró con su amigo, ya conocido mundialmente como el “Comandante Che Guevara”.
Graciela cuenta orgullosa esa entrevista de su padre con el guerrillero: "El Che le dijo ‘necesitamos médicos, si querés venir te pagamos un pasaje a vos y tu familia y te hacemos un contrato por dos años’".
La familia Borda vivió en Santiago de Cuba desde enero de 1962 hasta abril de 1964. "Yo tenía catorce años –recuerda Graciela– y esa experiencia me marcó con valores e ideas como la solidaridad, en la noción de que la vida, si va a ser de una forma egoísta, pensando nada más en vos, mejor no la vivas”.
“La única forma que no te maten es que te agarren en casa”. Estas son las palabras que usó la sobrina del comandante en aquellos días de 1977 para convencer a su amiga Mercedes que se esconda en su casa. María de las Mercedes Sanfilippo era militante de la organización Montoneros. Los militares habían matado a su marido Victor Bie, y ella corría serio peligro. Vivía con un compañero de militancia y un día, que este no llegó a la casa –señal que en clave de vida en la clandestinidad significaba levantar todo y tomarse el pique–, Mercedes rajó para lo de Graciela. Las dos amigas pensaron que como Graciela era sobrina del jefe de la policía de Rosario no se animarían a caerle en su domicilio.
La mañana del 19 de agosto de 1977 una Grupo de Tareas se metió en el domicilio donde vivían Graciela con su marido Silvio Paganini, en el segundo piso de Roca 1339. Secuestraron a Mercedes y a Silvio. Su hijo de cinco años, quien vio cómo se llevaban a su padre vendado en medio del revoltijo, fue dejado con unos vecinos.
Graciela estaba en la oficina del trabajo cuando un compañero le avisa que la buscan unos tipos de informaciones. “El comandante quiere hablar con vos”, le dice uno. “Ah, mi tío... No sabés qué quiere”, contestó astuta y rápida Graciela dejando pensativos a los secuaces de Feced que ante la noticia del parentesco no se animaron a tocarle ni un pelo. “En el auto actué con naturalidad, haciendo como si conociera a los monos desde siempre para que pensaran: o esta es una boluda o no anda en nada. Además quería verles bien la cara para denunciarlos en el futuro”.
“Sí, el Comandante es primo hermano de mi viejo, estudiaron juntos”, continuaba Graciela aferrada a la estrategia de la inocencia.
Cinco días en el infierno. Cuando llegaron al servicio de informaciones le vendaron los ojos, dieron unas vueltas, bajaron una escalerita, le llevaron las manos atrás, la pusieron contra una pared y empezaron las preguntas: “¿Qué son los derechos humanos?: ‘Creo que algo de la constitución’ –contestaba Graciela–. No te hagás la boluda”, le decían los tipos que todavía no sabían hasta dónde tenían que llegar con esta mina que decía ser la sobrina del Comandante. “¿Quién es Érica?”, inquirían. “Qué sé yo”, decía mientras pensaba qué estarían haciendo con su marido y su amiga.
Cuando la interrogaban, alcanzó a escuchar a Mercedes que estaba siendo torturada muy cerca de ella. “Ellos no tienen nada que ver, déjenlos tranquilos”, decía su amiga a los gritos, en referencia a ella y Silvio su esposo.
Graciela estaba embarazada de dos meses, todavía no lo sabía porque esperaba el resultado del estudio, pero estaba casi segura. El segundo día de encierro tuvo pérdidas a causa de los nervios. Una vez afuera, se enteró que el análisis le había dado positivo.
Graciela permaneció varias horas parada en el mismo lugar donde la habían interrogado, hasta que empezó a gritar: “Voy a perder mi embarazo”. Al rato le trajeron una silla. “Fijate como fueron conmigo –analiza desde el presente–, que hasta me dijeron sacate el anillo y guardalo vos en la cartera. Como mi tío no había llegado no se animaban a hacer nada.”
La llevaron a otra habitación donde había más gente. Estaba Cristina Bernal llena de moretones en las piernas. “Ahí me encuentro con mi marido que me pregunta ¿qué te hicieron?; y yo le digo al oído: callate que estoy haciendo teatro”, explica Graciela. Luego la trajeron a Mercedes llena de golpes, sangrando, con marcas de picana.
Más tarde volvieron y subieron para interrogarla nuevamente. Ahora sí estaba Feced que le realizó varias preguntas. “Pero tío si vos fuiste del Partido Comunista con papá” –le dijo Graciela delante de unos cuántos de sus hombres porque así lo tenía entendido ella. (Según Graciela los tres primos fueron afiliados cuando eran estudiantes).
“Yo no soy tu tío” –dijo Feced– y le metió un “mamporro en la cabeza” como respuesta.
—Como te vas a meter con esta mina, no sabés que...
—Pero tío –interrumpió ella–.
—Yo no soy tu tío..., remató el comandante.
Después de ese día, estuvieron otros dos –Graciela y Silvio– en la parte de arriba hasta que los legalizaron y los pasaron al sótano.
“En el sótano había más gente que ahora no recuerdo –hace memoria Graciela–. Había una nena de tres años, Mercedes me dijo que a la madre le decían Bety y que la habían matado. En el grupo de mi esposo estaba el Pollo Baraballe y en el mío estaba su mujer.”
Cuando quedaban solas, Graciela cuidaba a su amiga que estaba muy herida. Pero cuando había alguien de jefatura, hacían teatro, se peleaban como si Mercedes fuera la culpable de que ellos estuvieran secuestrados. “Mercedes me decía: vos tenés que salir y me daba información para compañeros que tenía afuera.”
Un santo oficio. Cuando el matrimonio Paganini estaba por salir de jefatura, “un señor muy correcto” la invitó amablemente a Graciela –que todavía estaba vendada– a que “mejor se olvide de todo lo que había pasado, que si no comentaba nada, si se quedaba callada, no le iba a pasar nada”.
Graciela le dijo: “Usted es el único que me trató bien me gustaría conocerlo”, y entonces el hombre le destapó la vista. Años más tarde encontró ese mismo rostro impreso en un diario que daba la noticia que el presbítero Eugenio Zitelli era nombrado Monseñor por el Vaticano. “Este era el hijo de puta”, expresó Graciela.
Las memorias de vida individuales pueden ser a veces una pequeña muestra de ADN histórica. De la suerte corrida por una familia, una generación, un pueblo, una nación o todos estos núcleos juntos, que se meten uno dentro del otro como las mamushkas rusas. Las historias personales de gente común, muchas veces desdeñadas por los historiadores, suelen ser el refugio de las realidades subterráneas, esas que en nuestra Argentina, han quedado tapadas con los sedimentos arrojados por años de olvido que intentaron impedir que los ríos de las verdades colectivas emerjan y busquen su destino.
Así concluía la nota publicada en El Eslabón por aquellos turbulentos y sufridos días de 2001. A diez años de aquella primera vez que en El Eslabón se contó la historia de Graciela, y por más necio que se pueda ser para distinguir dos momentos históricos diferentes –no son pocos los que pretende hacer creer que todo sigue igual desde el 2001–, podemos decir que algo ha cambiado. Entre otras cosas, hoy estas memorias están cumpliendo con una misión histórica, que con gran valentía están llevando adelante los sobrevivientes, en cada testimonio que brindan en la justicia.
*El cuento del tío. En torno a la muerte de Feced existen fundadas dudas, el día oficial del fallecimiento del siniestro Comandante es el 21de julio de 1986. La supuesta muerte clausuró la causa que llevaba su mismo nombre y que apuntaba a los responsables militares, políticos y económicos de la dictadura en Rosario. Hubo rumores de que lo habían visto vivo en Paraguay después de esa fecha.
Graciela Borda de Paganini, igual que muchos de sus familiares, siempre tuvo dudas sobre la muerte de Feced. “Si murió del corazón, ¿por qué lo velaron a cajón cerrado? –se pregunta–. Además no le avisaron a nadie del resto de la familia”. El periodista rosarino Carlos del Frade, investigador de la historia del terrorismo de estado en la región, publicó que el genocida Agustín Feced pasó por el hotel Ariston de esta ciudad el 29 de julio de 1988.
Agustín Feced fue el mayor asesino que pisó alguna vez Rosario. Nació en Aceval el 11 de junio de 1921. Fue Comandante Mayor de Gendarmería Nacional. Debutó como represor en la toma del Batallón 11de Infantería realizada por los muchachos de la resistencia peronista en 1960. En 1969 metió palos y balas a los manifestantes que ganaron las calles en la movilización conocida como el “segundo rosariazo”. Entre abril de 1976 y marzo de 1978 ocupó el cargo de Jefe en la policía de Rosario. Desde su guarida en el edificio de Dorrego y San Lorenzo fue la cabeza principal de la maquinaria genocida –desplegada por los dueños del poder económico nacional y regional– que se encargó de aniquilar a las organizaciones políticas que peleaban por una Argentina para todos y no de sus pocos actuales dueños. Feced comandó los grupos operativos que se adueñaron de las madrugadas rosarinas entre 1976 y 1977. Fue maestro, al igual que su padre y su tía, pero en la materia “Torturas”, arte con el que sus muchachotes recababan la información necesaria para las tareas de secuestro que el comandante encomendaba. Por el campo de concentración que funcionó en el servicio de informaciones de la jefatura pasaron alrededor de 2000 personas de las cuales 350 están desaparecidas. La biografía de Feced en esos años, es la historia del terrorismo de estado del Gran Rosario.
El 1 de julio de 2001, camino hacia el escrache que H.I.J.O.S. Rosario realizó ese día al represor Juan Daniel Amelong –en la actualidad condenado a prisión perpetua por los crímenes cometidos en el circuito represivo de la Quinta de Funes–, este cronista pasó por un kiosco con unos volantes que convocaban a esa actividad. Los panfletos dispararon un fugaz debate entre la concurrencia. “Hay que hacerlo cagar a ese hijo de puta”, dijo un señor muy bien vestido que después se retiró a su casa a pasar un sábado en familia. Enseguida la señora que atendía el kiosco se me acercó y en voz baja dijo: “Yo estuve detenida en jefatura y me interrogó mi tío, Agustín Feced”. Ahí nomás le propuse pasar otro día para que me relate esa historia. Saludé, pagué mi “sanguchito” y salí rumbo al escrache móvil.
Un viaje de ida. Margarita Feced y Calvo era una joven maestra catalana que vivía con su hermano menor, Blas. Su padre había fallecido cuando chicos y el resto de la familia se embarcó hacia Argentina a probar suerte, al igual que millones de europeos que llegaron a estos pagos los primeros años del siglo pasado. Margarita prácticamente crió a su hermano, tenía un carácter imponente, por ella Blas también se convirtió en maestro. En 1910 arriba al país el barco Principesa Mafalda trayendo en su vientre a los dos hermanos que habían quedado en Barcelona.
"El tío Blas se radicó en Campana, era un tiro al aire –relató detrás del mostrador de un kiosco que supo tener hace ya varios años, Graciela Borda–, llegó a ser director de escuela y fue un afiliado del Partido Comunista. Tuvo dos hijos, Raúl y Agustín. Mi abuela se fue a trabajar de maestra rural en medio de dos estancias en San Cristóbal, murió a los 103 años en el ‘79."
Un amigo del Che. El doctor Martín Agustín Borda fue un traumatólogo no muy conocido en el país pero muy prestigioso en el exterior. Él mismo se amputó el apellido de la madre cuando su primo Agustín asumió la jefatura de Policía de Rosario. Es uno de los hijos de Margarita Feced y el padre de Graciela.
El doctor Borda, estudió medicina en la Facultad del Litoral en Rosario –todavçia no habçia sido fundad la Universidad Nacinal de Rosario (UNR)–. En ese entonces conoció e hizo amistad con Ernesto Guevara Linch. Al igual que su tío fue miembro del Partido Comunista y en 1960, luego de un congreso en los Estados Unidos, se cruzó a la isla Caribeña para "conocer esa revolución" de la que tanto se empezaba a hablar. Allí se reencontró con su amigo, ya conocido mundialmente como el “Comandante Che Guevara”.
Graciela cuenta orgullosa esa entrevista de su padre con el guerrillero: "El Che le dijo ‘necesitamos médicos, si querés venir te pagamos un pasaje a vos y tu familia y te hacemos un contrato por dos años’".
La familia Borda vivió en Santiago de Cuba desde enero de 1962 hasta abril de 1964. "Yo tenía catorce años –recuerda Graciela– y esa experiencia me marcó con valores e ideas como la solidaridad, en la noción de que la vida, si va a ser de una forma egoísta, pensando nada más en vos, mejor no la vivas”.
“La única forma que no te maten es que te agarren en casa”. Estas son las palabras que usó la sobrina del comandante en aquellos días de 1977 para convencer a su amiga Mercedes que se esconda en su casa. María de las Mercedes Sanfilippo era militante de la organización Montoneros. Los militares habían matado a su marido Victor Bie, y ella corría serio peligro. Vivía con un compañero de militancia y un día, que este no llegó a la casa –señal que en clave de vida en la clandestinidad significaba levantar todo y tomarse el pique–, Mercedes rajó para lo de Graciela. Las dos amigas pensaron que como Graciela era sobrina del jefe de la policía de Rosario no se animarían a caerle en su domicilio.
La mañana del 19 de agosto de 1977 una Grupo de Tareas se metió en el domicilio donde vivían Graciela con su marido Silvio Paganini, en el segundo piso de Roca 1339. Secuestraron a Mercedes y a Silvio. Su hijo de cinco años, quien vio cómo se llevaban a su padre vendado en medio del revoltijo, fue dejado con unos vecinos.
Graciela estaba en la oficina del trabajo cuando un compañero le avisa que la buscan unos tipos de informaciones. “El comandante quiere hablar con vos”, le dice uno. “Ah, mi tío... No sabés qué quiere”, contestó astuta y rápida Graciela dejando pensativos a los secuaces de Feced que ante la noticia del parentesco no se animaron a tocarle ni un pelo. “En el auto actué con naturalidad, haciendo como si conociera a los monos desde siempre para que pensaran: o esta es una boluda o no anda en nada. Además quería verles bien la cara para denunciarlos en el futuro”.
“Sí, el Comandante es primo hermano de mi viejo, estudiaron juntos”, continuaba Graciela aferrada a la estrategia de la inocencia.
Cinco días en el infierno. Cuando llegaron al servicio de informaciones le vendaron los ojos, dieron unas vueltas, bajaron una escalerita, le llevaron las manos atrás, la pusieron contra una pared y empezaron las preguntas: “¿Qué son los derechos humanos?: ‘Creo que algo de la constitución’ –contestaba Graciela–. No te hagás la boluda”, le decían los tipos que todavía no sabían hasta dónde tenían que llegar con esta mina que decía ser la sobrina del Comandante. “¿Quién es Érica?”, inquirían. “Qué sé yo”, decía mientras pensaba qué estarían haciendo con su marido y su amiga.
Cuando la interrogaban, alcanzó a escuchar a Mercedes que estaba siendo torturada muy cerca de ella. “Ellos no tienen nada que ver, déjenlos tranquilos”, decía su amiga a los gritos, en referencia a ella y Silvio su esposo.
Graciela estaba embarazada de dos meses, todavía no lo sabía porque esperaba el resultado del estudio, pero estaba casi segura. El segundo día de encierro tuvo pérdidas a causa de los nervios. Una vez afuera, se enteró que el análisis le había dado positivo.
Graciela permaneció varias horas parada en el mismo lugar donde la habían interrogado, hasta que empezó a gritar: “Voy a perder mi embarazo”. Al rato le trajeron una silla. “Fijate como fueron conmigo –analiza desde el presente–, que hasta me dijeron sacate el anillo y guardalo vos en la cartera. Como mi tío no había llegado no se animaban a hacer nada.”
La llevaron a otra habitación donde había más gente. Estaba Cristina Bernal llena de moretones en las piernas. “Ahí me encuentro con mi marido que me pregunta ¿qué te hicieron?; y yo le digo al oído: callate que estoy haciendo teatro”, explica Graciela. Luego la trajeron a Mercedes llena de golpes, sangrando, con marcas de picana.
Más tarde volvieron y subieron para interrogarla nuevamente. Ahora sí estaba Feced que le realizó varias preguntas. “Pero tío si vos fuiste del Partido Comunista con papá” –le dijo Graciela delante de unos cuántos de sus hombres porque así lo tenía entendido ella. (Según Graciela los tres primos fueron afiliados cuando eran estudiantes).
“Yo no soy tu tío” –dijo Feced– y le metió un “mamporro en la cabeza” como respuesta.
—Como te vas a meter con esta mina, no sabés que...
—Pero tío –interrumpió ella–.
—Yo no soy tu tío..., remató el comandante.
Después de ese día, estuvieron otros dos –Graciela y Silvio– en la parte de arriba hasta que los legalizaron y los pasaron al sótano.
“En el sótano había más gente que ahora no recuerdo –hace memoria Graciela–. Había una nena de tres años, Mercedes me dijo que a la madre le decían Bety y que la habían matado. En el grupo de mi esposo estaba el Pollo Baraballe y en el mío estaba su mujer.”
Cuando quedaban solas, Graciela cuidaba a su amiga que estaba muy herida. Pero cuando había alguien de jefatura, hacían teatro, se peleaban como si Mercedes fuera la culpable de que ellos estuvieran secuestrados. “Mercedes me decía: vos tenés que salir y me daba información para compañeros que tenía afuera.”
Un santo oficio. Cuando el matrimonio Paganini estaba por salir de jefatura, “un señor muy correcto” la invitó amablemente a Graciela –que todavía estaba vendada– a que “mejor se olvide de todo lo que había pasado, que si no comentaba nada, si se quedaba callada, no le iba a pasar nada”.
Graciela le dijo: “Usted es el único que me trató bien me gustaría conocerlo”, y entonces el hombre le destapó la vista. Años más tarde encontró ese mismo rostro impreso en un diario que daba la noticia que el presbítero Eugenio Zitelli era nombrado Monseñor por el Vaticano. “Este era el hijo de puta”, expresó Graciela.
Las memorias de vida individuales pueden ser a veces una pequeña muestra de ADN histórica. De la suerte corrida por una familia, una generación, un pueblo, una nación o todos estos núcleos juntos, que se meten uno dentro del otro como las mamushkas rusas. Las historias personales de gente común, muchas veces desdeñadas por los historiadores, suelen ser el refugio de las realidades subterráneas, esas que en nuestra Argentina, han quedado tapadas con los sedimentos arrojados por años de olvido que intentaron impedir que los ríos de las verdades colectivas emerjan y busquen su destino.
Así concluía la nota publicada en El Eslabón por aquellos turbulentos y sufridos días de 2001. A diez años de aquella primera vez que en El Eslabón se contó la historia de Graciela, y por más necio que se pueda ser para distinguir dos momentos históricos diferentes –no son pocos los que pretende hacer creer que todo sigue igual desde el 2001–, podemos decir que algo ha cambiado. Entre otras cosas, hoy estas memorias están cumpliendo con una misión histórica, que con gran valentía están llevando adelante los sobrevivientes, en cada testimonio que brindan en la justicia.
*El cuento del tío. En torno a la muerte de Feced existen fundadas dudas, el día oficial del fallecimiento del siniestro Comandante es el 21de julio de 1986. La supuesta muerte clausuró la causa que llevaba su mismo nombre y que apuntaba a los responsables militares, políticos y económicos de la dictadura en Rosario. Hubo rumores de que lo habían visto vivo en Paraguay después de esa fecha.
Graciela Borda de Paganini, igual que muchos de sus familiares, siempre tuvo dudas sobre la muerte de Feced. “Si murió del corazón, ¿por qué lo velaron a cajón cerrado? –se pregunta–. Además no le avisaron a nadie del resto de la familia”. El periodista rosarino Carlos del Frade, investigador de la historia del terrorismo de estado en la región, publicó que el genocida Agustín Feced pasó por el hotel Ariston de esta ciudad el 29 de julio de 1988.
Agustín Feced fue el mayor asesino que pisó alguna vez Rosario. Nació en Aceval el 11 de junio de 1921. Fue Comandante Mayor de Gendarmería Nacional. Debutó como represor en la toma del Batallón 11de Infantería realizada por los muchachos de la resistencia peronista en 1960. En 1969 metió palos y balas a los manifestantes que ganaron las calles en la movilización conocida como el “segundo rosariazo”. Entre abril de 1976 y marzo de 1978 ocupó el cargo de Jefe en la policía de Rosario. Desde su guarida en el edificio de Dorrego y San Lorenzo fue la cabeza principal de la maquinaria genocida –desplegada por los dueños del poder económico nacional y regional– que se encargó de aniquilar a las organizaciones políticas que peleaban por una Argentina para todos y no de sus pocos actuales dueños. Feced comandó los grupos operativos que se adueñaron de las madrugadas rosarinas entre 1976 y 1977. Fue maestro, al igual que su padre y su tía, pero en la materia “Torturas”, arte con el que sus muchachotes recababan la información necesaria para las tareas de secuestro que el comandante encomendaba. Por el campo de concentración que funcionó en el servicio de informaciones de la jefatura pasaron alrededor de 2000 personas de las cuales 350 están desaparecidas. La biografía de Feced en esos años, es la historia del terrorismo de estado del Gran Rosario.