Juicio Díaz Bessone: La vigilia de Ana

...“Ana no duerme...canta palabras
canta y se torna en luz” (Luís Alberto Spinetta).

Por Juane Basso. Ana Ferrari, una de las testigos del juicio contra represores de la dictadura que se está llevando adelante en el Tribunal Oral Federal N° 2 de Rosario, dio este martes un testimonio que partió la cabeza de los jueces y provocó varias ovaciones del público presente en la sala de audiencias. Luego un relato increíble de los sufrimientos a que padeció ella y su familia, la sobreviviente ‒que declaró infinidad de veces desde la vuelta de la democracia‒ explicó a los jueces que ha vivido “noches y noches de insomnio” en las que ha ido “repasando el dolor físico y psíquico” al que fue sometida “en el infierno” del Servicio de Informaciones de la Policía de Rosario. “Cada noche sin dormir, cada día que pasa recordamos un poco más”, señaló Ferrari, tras narrar las bestialidades cometidas contra ella misma y decenas de compañeros que compartieron su cautiverio en el mayor centro clandestino de detención que funcionara en Santa Fe durante el terrorismo de Estado.

Ferrari comenzó su declaración con el recuerdo de un hecho que la marcó “para toda la vida”, y que fue el asesinato en 1969 de su hermano Gerardo Ferrari, un cura enrolado en la Teología de la Liberación que se había acercado a las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP), para luchar por el retorno al país del líder exiliado Juan Perón. “Yo tenía once años, pero me dije que si mi hermano había dado su vida para que no haya más pobres en la Argentina yo iba a seguir su camino. Para mi Gerardo era una especie de Santo”, explicó la testigo al tribunal.


Ana contó que al tiempo de la muerte de su hermano, a los 14 años, decidió con una de sus hermanas irse a vivir a “una villa miseria para ayudar a los pobres”. Luego, en una unidad básica del barrio Casiano Casas conoció a Manolo Fernández, con quien se casó a los 17 años, y tuvo un hijo.


Después de aquel asesinato tampoco nada fue igual para su familia. La casa de sus padres fue dos veces allanada por ejército y policía. Su padre y madre fueron detenidos junto a uno de sus hermanos de 14 años. Sus suegros sufrieron un hostigamiento similar de los represores. Una cuañada, Gloria Fernández, es una más de los 30 mil desaparecidos.

La sobreviviente, quien tenía apenas 18 años cuando fue secuestrada, recordó cómo la patota ingresó a su domicilio en octubre de 1976, golpearon a su abuela, a su suegro y quisieron arrebatarle a su bebé. “En un momento –narró Ferrari– quieren agarrar a mi bebé, yo lo abrazaba fuerte para que no me lo saque, y uno de los secuestradores que lo tironeaba de una patita me dicen «a estos pendejos hay q matarlos porque después crecen y se hacen montoneros». Por suerte llega un policía vestido de marrón que me dice «démelo, se lo cuido hasta que termine el allanamiento, estos están locos».


La testigo –la número once de doce hermanos–, relató que buena parte de los integrantes de su familia sufrieron las diferentes dictaduras que hubo en el país. Incluso contó que en un momento el temible Feced la golpeaba en una sesión de torturas y le decía ante cada golpe, “este por tu madre, este por tu padre, este por tu hermano”. Ferrari describió un diálogo con el jefe del SI, donde éste le había dicho indignado que su “madre se había dedicado a parir subversivos”.


La sobreviviente fue sometida a repetidas sesiones de tormentos. La perversión de los torturadores estremeció a los que escucharon su testimonio cuando Ana recordó, que durante una de esas sesiones, mientras la picaneaban, todavía le brotaba de sus pechos de madre estrenados hacía apenas unos meses, la leche que no ya podría brindar a su hijito Gerardo ‒quien se encontraba presente en la sala del TOF2, junto a su hermana Gloria‒.


El ejercicio de la memoria, el hecho de haber declarado numerosas veces y ser uno de esos sobrevivientes que se pusieron al servicio de la reconstrucción de lo que fue el accionar del terrorismo de Estado, le permitió a Ana ser taxativa a la hora de señalar a sus verdugos. “Con absoluta certeza puedo reconocer entre mis torturadores y secuestradores” dijo Ferrari y enumeró una larga lista de represores que actuaron en el SI entre los que se encontraban varios de los imputados de este juicio como “el Ciego Lofiego y “el Cura Marcote”, aunque también identificó entre otros a Agustín Feced, Guzmán Alfaro, Pirincha, Carlitos Gómez, Kunfú y Kunfito.


Además de relatar las atrocidades que se cometieron contra ella y sus compañeros detenidos en el SI, Ferrari recordó que cuando la trasladaron a la Alcaldía de mujeres, a metros del SI, el cura Eugenio Zitelli –capellán del la ex Jefatura de Policía–, les habló a las presas y les dijo que tenían que entender “que la tortura era un arma más de la guerra que estamos viviendo”.


La seguridad es sus dichos, la fluidez de sus palabras, a pesar de que varias veces no pudo contenerse y rompió en llanto, dotaron al discurso de Ana Ferrari de una verosimilitud indiscutibles. A pesar de lo cual un joven abogado defensor de los represores, intentó esgrimir que había encontrado una contradicción entre su relato y un testimonio de suyo de 1984, que no fue tal para los jueces y fue rechazado de inmediato por el tribunal en pleno.


A continuación Ferrari reconoció ante el TOF2 que ha “pasado muchísimas noches de insomnio repasando y re-sufriendo lo vivido en el Servicio de Informaciones”, aseguró a los jueces que puede ser que se haya olvidado algunas cosas o recordado otras que no declaró en oportunidades anteriores, y afirmó que cada noche sin dormir, “he vuelto sobre el dolor, no sólo físico y cada noche que pasa recuerdo aún más”.

“Ana no duerme” escribió Luís Alberto Spinetta. En su relato cargado de futuro ‒Ferrari reclamó a los jueces que tenían la obligación de saldar esta deuda histórica para que los jóvenes puedan crecer en otro país‒, Ana dio cuenta de que también “espera el día”, en que finalmente llegue la demorada justicia.

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