Juicio Díaz Bessone: Espíritu de justicia
José Berra fue uno de los testigos que declaró este lunes en el juicio contra la patota de la dictadura que comandó Agustín Feced, que se está desarrollando en el Tribunal Oral Federal N° 2 de Rosario. “Estos genocidas fueron sólo una parte que iba mucho más allá de los delitos que cometieron. Transformaron el estado de bienestar en una sociedad en la que se fueron beneficiando sectores que no están en el banquillo de los acusados. Mientras tengamos un poco de aliento vamos a seguir testificando para que vayan presos no sólo los cómplices, sino ideólogos del terrorismo de estado”, señaló el sobreviviente, que afirmó además que no lo mueve “el espíritu de revancha, sino el de justicia”.
José Luis Berra declaró que estuvo detenido desde el 14 de septiembre de 1976 hasta el 25 de agosto de 1981. “Yo era militante de la UES de la ciudad de Rosario ‒comentó‒. Comencé a militar cuando fue la asunción del gobierno de Héctor Cámpora en el 73. Estudiaba en el Superior de Comercio y me incorporo a militar en la UES hasta que el 14 de septiembre me detienen en la casa de mi hermana, donde yo estaba parando hacía un tiempo”.
Alrededor de las 4 de la madrugada de aquel 14 de septiembre, un grupo de personas que después supo que eran del SI fueron a buscar a Berra a la casa donde vivía. "Como no me encuentran ‒contó José‒ presionan y golpean a mi hermano y padre, y los obligan a ir a lo de mi hermana, ingresan al domicilio y proceden a secuestrarme. Yo estaba durmiendo en una de las habitaciones, mi cuñado mi hermana y su bebe de tres meses quedan en otra habitación y con gente apuntándoles, y otros dos o tres quedan en la habitación donde yo estaba. Comienzan a golpearme, me vendan y me llevan a uno de los autos, un Renault 12 break blanco, y me ponen en la parte trasera”.
Con el ritmo de una novela policial, Berra prosiguó su relato: “El auto transita por una calle de tierra, o muy poseada, ahí se realiza otro operativo, y después me entero que es a José Aloisio a quien detienen. De allí vamos a otro operartivo más, en el que detienen a Beatriz Belleti. La ponen en el mismo auto que yo iba. De ahí nos llevan a un lugar que identifico como el SI de la jefatura de Policía. Cuando estoy entrando en la escalera, entre empujones y golpes, recibo un culatazo por la espalada y me hacen una herida cortante en el cuero cabelludo”.
El testigo narró a continuación los tremendos tormentos a los que fue sometido: “Me trasladan a la sala de torturas, allí me desnudan y me atan a una camilla tipo de parto dividida en tres sectores y a partir de ese mismo momento me empiezan a aplicar picana eléctrica, golpes, quemaduras de cigarrillos. La verdad que no se el tiempo, pero calculo yo que habrá sido alrededor de una hora u hora y media que sufro esos tormentos. Digo esto porque mientras me aplicaban las torturas ponían una radio a todo volumen y en un momento escucho el horario que son las 6 más o menos de la mañana. Paralelamente cuando dejan de torturarme a mi, siento que en la sala contigua esta siendo torturado Aloisio, ahí me dejan atado en la camilla”.
Berrá indicó que el grupo de personas que lo interrogaba era aproximadamente cuatro o cinco personas. El sobreviviente identificó los apodos de “el Ciego, Kuriaki, Pijo, Pirincha, Cuera” y también reconoció por la voz a un par de personas que “conocía de la militancia y se encontraban en el grupo con los torturadores, uno era Tu Sam, Carlos Brunato y otro el Pollo Baravalle”.
José explicó que enseguida volvieron a someterlo a una nueva sesión de torturas “más dura, más intensa, de mayor tiempo que la anterior”, y describió una secuencia que estremece a este cronista cada vez que repasa este segmento de su testimonio. “Siempre con las mismas características ‒detalló‒. Picana, golpes y quemaduras con cigarrillos, picana en la zona de los genitales y del torso, también en boca o encía; pero centralmente en genitales y torso, ahí también la picana quema dejándola sin moverla, y esa quemazón me produce heridas. Posteriormente me desatan las manos y me hacen sentar en la camilla, y allí proceden a tirarme algo que entre risas decían que era ácido. Me lo tiran en la espalda y corre por la columna vertebral dejándomela en llaga y en algunas zonas del pecho y de la ingle. Me vuelven a atar me siguen torturando, yo me empiezo a sentir muy mal y empiezo a vomitar, y como no había ingerido ningún alimento vomito bilis y a partir de eso es que se me ve en muy malas condiciones. Llaman a lo que dicen un medico, que me revisa y dice en voz alta que tengo taquicardia. Ahí paran y no me aplican más picana. Si me golpean de vez en cuando, y me torturan con un instrumento que creo que podría ser un espéculo”.
Berra aclaró que “tenía una venda con telas a franjas verticales azul y blanca y por los sectores blancos de la venda podía ver”.
El testigo siguió tirando del hilo de su memoria: “Me llevan por unos días a otra habitación, un espacio muy chico que está debajo de lo que se llamaba la Favela, a donde luego después de unos día me llevan. La favela era un entrepiso del SI, donde luego sacando conclusiones, con otros compañeros que también estuvieron en el lugar y veían el funcionamiento, era un lugar en el que te mantenían hasta que definan tu suerte: si ibas a una cárcel o aparecías muerto en supuestos enfrentamientos. En la favela creo que había entre 10 y 20 personas, algunos si los reconocí porque los conocía con anterioridad como Aloisio, Horacio Dalmonego, Graciela Villarreal y su hermano José Raul, Savili y otras personas que no pude identificar porque las desconocía. En la favela estoy hasta el 30 de septiembre de 1976 en donde me trasladan a la cárcel de Coronda”.
Berra rememoró los esfuerzos de su familia por saber dónde se encontraba, para poder visitarlo. Y recordó que además Coronda luego fue trasladado a Caseros.
José terminó su intervención con un discurso de profundo contenido político que desencadenó una ovación del público que había colmado la salada de audiencias del TOF2. Al cierre de su declaración, el sobreviviente explicó a los jueces que “quería hacer algunas reflexiones” y apuntó: “El estar frente al tribunal para hacer justicia nos enorgullece. Pero siento una sensación amarga de no poder estar mirando a quienes me tuvieron en esa situación. 34 años después se repite esa situación, que ellos puedan estar mirándome y yo no los puedo ver. Por otro lado les quiero manifestar que también me gustaría estar viendo hacia el otro sector, porque donde está el público hay un montón de personas que durante todos estos años nos estuvieron conteniendo, muchos de los organismos de derechos humanos, otros de la ex UES, y otros actualmente del Movimiento Evita, a quienes les pido disculpas por estar dándoles la espalda en este momento”.
“Por ultimo quería señalar un par de cosas ‒amplió el testigo‒. La primera de ellas es que nosotros, luego de 34 años, gracias a la lucha de organismos de derechos humanos que sufrieron un montón, y fundamentalmente gracias a la decisión política de un compañero que fue electo en el 2003 y que dijo que no iba a dejar sus convicciones en la puerta de la Casa Rosada, recién ahora podemos estar juzgando a los asesinos. En aquel momento no pudimos porque se diseñó la teoría de los dos demonios y se explicitó que había dos bandos en lucha y se ocultó lo que fue el terrorismo de estado. Estos genocidas fueron sólo una parte, que iba mucho más allá de los delitos que cometieron, sino que perseguía transformar el estado de bienestar en una sociedad donde cada vez se fueron profundizando las desigualdades, y en la que se fueron beneficiando sectores que no están en el banquillo de los acusados. Mientras tengamos un poco de aliento vamos a seguir testificando para que vayan todos los que han sido cómplices, los sectores de la iglesia, de la justicia, del poder económico de la dirigencia política. No sólo cómplices sino ideólogos del terrorismo de estado”.
“Hoy no me mueve la revancha personal ‒afirmó el sobreviviente‒. Por mi oficio, yo soy periodista, tuve la suerte de conseguir trabajo y trabajar en la oficina de prensa del gobierno provincial y muchas veces, cuando la jefatura compartía la misma sede del gobierno provincial, me tuve que cruzar con (José Rubén) Lofiego, y nunca me movió a actuar por mano propia. Me mueve el espíritu de memoria, de verdad, para que se sepa quiénes han torturado, asesinado, desaparecido. Me mueve el espíritu de justicia y espero que este tribunal lo lleve adelante”.
Finalmente José Berra reclamó a los jueces que “por sobretodo cuiden la democracia” y concluyó: “Muchos de los que están atrás ‒el testigo indicó al público‒ son jóvenes, con la ilusión de construir un país mejor. No quiero que tengan que sufrir lo que sufrió mi generación que fue encerrada, asesinada y torturada”.
En la audiencia de ester martes declararon además otros cuatro testigos. Ángel Ruani (ver nota aparte), Felix López, Azusena Solana y su psicoanalista, Liliana Milicich.
José Luis Berra declaró que estuvo detenido desde el 14 de septiembre de 1976 hasta el 25 de agosto de 1981. “Yo era militante de la UES de la ciudad de Rosario ‒comentó‒. Comencé a militar cuando fue la asunción del gobierno de Héctor Cámpora en el 73. Estudiaba en el Superior de Comercio y me incorporo a militar en la UES hasta que el 14 de septiembre me detienen en la casa de mi hermana, donde yo estaba parando hacía un tiempo”.
Alrededor de las 4 de la madrugada de aquel 14 de septiembre, un grupo de personas que después supo que eran del SI fueron a buscar a Berra a la casa donde vivía. "Como no me encuentran ‒contó José‒ presionan y golpean a mi hermano y padre, y los obligan a ir a lo de mi hermana, ingresan al domicilio y proceden a secuestrarme. Yo estaba durmiendo en una de las habitaciones, mi cuñado mi hermana y su bebe de tres meses quedan en otra habitación y con gente apuntándoles, y otros dos o tres quedan en la habitación donde yo estaba. Comienzan a golpearme, me vendan y me llevan a uno de los autos, un Renault 12 break blanco, y me ponen en la parte trasera”.
Con el ritmo de una novela policial, Berra prosiguó su relato: “El auto transita por una calle de tierra, o muy poseada, ahí se realiza otro operativo, y después me entero que es a José Aloisio a quien detienen. De allí vamos a otro operartivo más, en el que detienen a Beatriz Belleti. La ponen en el mismo auto que yo iba. De ahí nos llevan a un lugar que identifico como el SI de la jefatura de Policía. Cuando estoy entrando en la escalera, entre empujones y golpes, recibo un culatazo por la espalada y me hacen una herida cortante en el cuero cabelludo”.
El testigo narró a continuación los tremendos tormentos a los que fue sometido: “Me trasladan a la sala de torturas, allí me desnudan y me atan a una camilla tipo de parto dividida en tres sectores y a partir de ese mismo momento me empiezan a aplicar picana eléctrica, golpes, quemaduras de cigarrillos. La verdad que no se el tiempo, pero calculo yo que habrá sido alrededor de una hora u hora y media que sufro esos tormentos. Digo esto porque mientras me aplicaban las torturas ponían una radio a todo volumen y en un momento escucho el horario que son las 6 más o menos de la mañana. Paralelamente cuando dejan de torturarme a mi, siento que en la sala contigua esta siendo torturado Aloisio, ahí me dejan atado en la camilla”.
Berrá indicó que el grupo de personas que lo interrogaba era aproximadamente cuatro o cinco personas. El sobreviviente identificó los apodos de “el Ciego, Kuriaki, Pijo, Pirincha, Cuera” y también reconoció por la voz a un par de personas que “conocía de la militancia y se encontraban en el grupo con los torturadores, uno era Tu Sam, Carlos Brunato y otro el Pollo Baravalle”.
José explicó que enseguida volvieron a someterlo a una nueva sesión de torturas “más dura, más intensa, de mayor tiempo que la anterior”, y describió una secuencia que estremece a este cronista cada vez que repasa este segmento de su testimonio. “Siempre con las mismas características ‒detalló‒. Picana, golpes y quemaduras con cigarrillos, picana en la zona de los genitales y del torso, también en boca o encía; pero centralmente en genitales y torso, ahí también la picana quema dejándola sin moverla, y esa quemazón me produce heridas. Posteriormente me desatan las manos y me hacen sentar en la camilla, y allí proceden a tirarme algo que entre risas decían que era ácido. Me lo tiran en la espalda y corre por la columna vertebral dejándomela en llaga y en algunas zonas del pecho y de la ingle. Me vuelven a atar me siguen torturando, yo me empiezo a sentir muy mal y empiezo a vomitar, y como no había ingerido ningún alimento vomito bilis y a partir de eso es que se me ve en muy malas condiciones. Llaman a lo que dicen un medico, que me revisa y dice en voz alta que tengo taquicardia. Ahí paran y no me aplican más picana. Si me golpean de vez en cuando, y me torturan con un instrumento que creo que podría ser un espéculo”.
Berra aclaró que “tenía una venda con telas a franjas verticales azul y blanca y por los sectores blancos de la venda podía ver”.
El testigo siguió tirando del hilo de su memoria: “Me llevan por unos días a otra habitación, un espacio muy chico que está debajo de lo que se llamaba la Favela, a donde luego después de unos día me llevan. La favela era un entrepiso del SI, donde luego sacando conclusiones, con otros compañeros que también estuvieron en el lugar y veían el funcionamiento, era un lugar en el que te mantenían hasta que definan tu suerte: si ibas a una cárcel o aparecías muerto en supuestos enfrentamientos. En la favela creo que había entre 10 y 20 personas, algunos si los reconocí porque los conocía con anterioridad como Aloisio, Horacio Dalmonego, Graciela Villarreal y su hermano José Raul, Savili y otras personas que no pude identificar porque las desconocía. En la favela estoy hasta el 30 de septiembre de 1976 en donde me trasladan a la cárcel de Coronda”.
Berra rememoró los esfuerzos de su familia por saber dónde se encontraba, para poder visitarlo. Y recordó que además Coronda luego fue trasladado a Caseros.
José terminó su intervención con un discurso de profundo contenido político que desencadenó una ovación del público que había colmado la salada de audiencias del TOF2. Al cierre de su declaración, el sobreviviente explicó a los jueces que “quería hacer algunas reflexiones” y apuntó: “El estar frente al tribunal para hacer justicia nos enorgullece. Pero siento una sensación amarga de no poder estar mirando a quienes me tuvieron en esa situación. 34 años después se repite esa situación, que ellos puedan estar mirándome y yo no los puedo ver. Por otro lado les quiero manifestar que también me gustaría estar viendo hacia el otro sector, porque donde está el público hay un montón de personas que durante todos estos años nos estuvieron conteniendo, muchos de los organismos de derechos humanos, otros de la ex UES, y otros actualmente del Movimiento Evita, a quienes les pido disculpas por estar dándoles la espalda en este momento”.
“Por ultimo quería señalar un par de cosas ‒amplió el testigo‒. La primera de ellas es que nosotros, luego de 34 años, gracias a la lucha de organismos de derechos humanos que sufrieron un montón, y fundamentalmente gracias a la decisión política de un compañero que fue electo en el 2003 y que dijo que no iba a dejar sus convicciones en la puerta de la Casa Rosada, recién ahora podemos estar juzgando a los asesinos. En aquel momento no pudimos porque se diseñó la teoría de los dos demonios y se explicitó que había dos bandos en lucha y se ocultó lo que fue el terrorismo de estado. Estos genocidas fueron sólo una parte, que iba mucho más allá de los delitos que cometieron, sino que perseguía transformar el estado de bienestar en una sociedad donde cada vez se fueron profundizando las desigualdades, y en la que se fueron beneficiando sectores que no están en el banquillo de los acusados. Mientras tengamos un poco de aliento vamos a seguir testificando para que vayan todos los que han sido cómplices, los sectores de la iglesia, de la justicia, del poder económico de la dirigencia política. No sólo cómplices sino ideólogos del terrorismo de estado”.
“Hoy no me mueve la revancha personal ‒afirmó el sobreviviente‒. Por mi oficio, yo soy periodista, tuve la suerte de conseguir trabajo y trabajar en la oficina de prensa del gobierno provincial y muchas veces, cuando la jefatura compartía la misma sede del gobierno provincial, me tuve que cruzar con (José Rubén) Lofiego, y nunca me movió a actuar por mano propia. Me mueve el espíritu de memoria, de verdad, para que se sepa quiénes han torturado, asesinado, desaparecido. Me mueve el espíritu de justicia y espero que este tribunal lo lleve adelante”.
Finalmente José Berra reclamó a los jueces que “por sobretodo cuiden la democracia” y concluyó: “Muchos de los que están atrás ‒el testigo indicó al público‒ son jóvenes, con la ilusión de construir un país mejor. No quiero que tengan que sufrir lo que sufrió mi generación que fue encerrada, asesinada y torturada”.
En la audiencia de ester martes declararon además otros cuatro testigos. Ángel Ruani (ver nota aparte), Felix López, Azusena Solana y su psicoanalista, Liliana Milicich.