¡Qué les pasa muchachos! ¿Están haciendo un foro virtual sobre la tortura?
Por Hugo Basso. Me parece que es un asunto complicado. Como todo ex torturado, yo también he reflexionado sobre el tema. Pero me parece que es una cuestión con varias cosas a analizar. Y si no vamos por partes, nos perdemos. Hay una vertiente del asunto que sólo puede hablarse entre pares. Es decir, entre quienes fueron torturados. Y allí también hay que hacer subdivisiones, los picaneados por un lado, los submarineados por otro, los cagados a palos por otro, los torturados sicológicamente para allá, los verdugueados en la cárcel para acá. Yo no puedo hablar de la tortura con alguien que no fue torturado.
Correo para los compañeros
Digamos, por ejemplo, la picana en los testículos, glande y ano. Si queremos hablar desde este punto de vista, solamente los picaneados con furor en estos lugares específicos del cuerpo, podemos conversar del tema entre nosotros. De lo contrario, sería como hablar entre hombres sobre los dolores del parto. Entonces, entre los eléctricamente torturados nos plantearíamos, ¿en qué momento empezaste a sentir que si largabas algún datito, una cita vieja, una casa levantada hace una semana, los tipos te daban un respiro como para dejar de sentir que querías morirte y no podías? ¿En qué momento fue? ¿A las dos horas, tres, cuatro? ¿Cuando la maquinita bajó por primera, segunda, tercera vez hasta el escroto? Allí descubriríamos que los umbrales del dolor son distintos para cada ser humano. Entonces este perfil analítico pierde sentido, descartémoslo; sólo se convertiría en un pormenorizado relato de sufrimientos físicos con dispares resultados en cada organismo vivo.
Intentemos otro ángulo de análisis. El compañero ante su hijo pequeño, al que los horribles le ponen la picana en el pechito desnudo o le apoyan el cañón de la 45 en la cabecita. ¿Qué pasa ahí? Casi todos los que pasamos por La Perla, por ejemplo, y en aquel momento éramos solteros, hoy tenemos hijos. Pongámonos en esa situación ¿qué nos pasaría? Y si ese compañero sabe que salva a su hijo si da tu nombre y dirección ¿vos no le dirías "dale, deciles que me vengan a buscar", para salvar la vida del pibe? Podríamos adoptar varios ejemplos de casos con estas características, en cada uno encontraríamos un momento de vacío, de duda, de contradicción. Cada caso sería un conjunto particular de circunstancias especiales a analizar. Por lo tanto, tampoco sería válido para el análisis general.
Vamos por un tercer intento. El ideológico. ¿Qué grado de fortaleza ideológica hay que tener para soportar la tortura sin dar un dato? ¿Depende eso del grado de ferocidad y nivel de dolor que cause el tormento aplicado? O depende de lo que un militante está dispuesto a sacrificar por su organización y, por ende, proyecto político. Después, habría que preguntarse, ¿dar un dato para ganar tiempo, es lo mismo que darlo porque no se tiene otra información? Luego hay que discriminar, una cosa es dar un dato para ganar tiempo, guardándose otra información útil al enemigo; y otra distinta dar toda la información que el enemigo requiera, y aún más. Allí creo, podríamos encontrar algún grado de certeza (sólo algún grado) para emitir un juicio. Cuando el torturado supera la barrera político ideológica y pasa a identificarse con el enemigo y trabajar para él. Esos casos, en el conjunto de la situación analizada, fueron poquísimos. Y aquí entra a jugar la sesuda reflexión del Riojano. ¿Esos casos fueron por predisposición del traidor a traicionar, o por eficiencia de una maquinaria que lo eligió al detectar condiciones personales favorables en el desgraciado? Pregunta de difícil respuesta, que debería remitir al estudio de cada caso en particular. Hubo quienes sacrificaron su familia para evitar trabajar para el enemigo (Tucho Valenzuela). Y otros que se pasaron a laburar para los milicos, a cambio de la sola supervivencia individual y después de un meticuloso proceso de destrucción mental. Y otros, los menos de los pocos, que se sentaron a colaborar con el enemigo a los 10 minutos de haber sido capturados y sin que les dieran una cachetada. Desde esta perspectiva ideológica, es habitual escuchar que la fortaleza del compañero ante la tortura, depende del grado de compromiso con el proyecto político. ¿Y la pastilla que llevaban en el bolsillo hasta los jefes de la Conducción Nacional? ¿Por qué morir si el compromiso político era el máximo y por lo tanto, la fortaleza ante la tortura era total?
Después de todas estas cavilaciones, muchachos, personalmente encontré refugio sólo en una perspectiva de análisis, que me proporcionó alguna certeza un poco más sólida. La perspectiva histórica. Y si ustedes me permiten, se las cuento tal como la tengo en mente.
Comencemos por preguntarnos qué objetivos persiguió la tortura en la represión del movimiento popular en el período 76-83. Hasta el más pirincho de los asesores yankis en contrainsurgencia, sabe que la tortura es, más que una herramienta para obtener información, un método para sembrar el terror y destruir los lazos sociales, políticos, ideológicos que cohesionan a una comunidad cualquiera detrás de un objetivo. Cualquier especialista en inteligencia, sabe que la infiltración y el análisis de la información obtenida por los infiltrados es, lejos, la mejor herramienta para la destrucción de una estructura clandestina. Y esa política de infiltración vino siendo aplicada por las fuerzas represivas desde mucho antes del 76, con resultados más que exitosos especialmente en las estructuras del peronismo combativo, que pasaron a la clandestinidad luego de un período de política de masas sumamente amplia, que sumaba militantes populares en todos los frentes de manera incesante.
Si nos remitimos a la historia, la tortura solamente ha tenido como objetivo secundario la obtención de información, y esto cuando la represión apuntaba a estructuras clandestinas sumamente cerradas y encapsuladas. Y los resultados siempre han sido relativos. Un dato obtenido en la tortura es siempre de dudosa veracidad y corroborar la certeza de la información implica no sólo tiempo y esfuerzo, sino también riesgos para las fuerzas represivas. La información recogida en la tortura debe ser procesada y tamizada antes de convertirse en un plan operativo. Por eso, la maquinaria apuntaba al quiebre ideológico y destrucción sicológica, para obtener el traspaso de ese umbral casi inconcebible, que es la identificación con el enemigo. Cuando esos individuos eran bien elegidos, y aceptaban por ejemplo salir a “lanchear” y marcar compañeros en la calle, la destrucción que producían era tremenda por lo acelerada, pero casi nunca por lo evitable. En esos casos, no sé qué peso habrá tenido la tortura física, o la condición de rehén de los familiares del elegido para el experimento, o la pérdida de confianza en el proyecto político. Sí creo que la tortura tenía como objetivo central la difusión del terror y no la búsqueda de información. Y esto fue así siempre. Desde que el Papa Inocencio VII en la Inquisición, santificó la tortura como método para redimir almas. Y detalló en el Mallea Maleficarum cada crimen contra la iglesia y el tormento necesario para rescatar el alma del pecador. El acusado de pactar con el demonio debía ser torturado hasta confesar su culpabilidad; y entonces era ejecutado. Es decir, el resultado era siempre el mismo, la muerte. Entonces ¿para qué los tormentos? Por supuesto, para aterrorizar. La información que proporcionaba el torturado, los inquisidores lo sabían, no servía para nada. A lo sumo, para sumar otra víctima, bienvenida sea para extender el terror.
Cuando las tácticas terroristas comienzan a obtener su objetivo (atemorizar a la comunidad), los efectos del terrorismo se multiplican de manera exponencial. Y su efecto es prácticamente inevitable, la parálisis del miedo. La clandestinidad de los movimientos revolucionarios, facilita el efecto del terror. El secuestrado y torturado no tiene arraigo social y afectivo en su barrio, generalmente no tiene la estabilidad laboral que proporciona amistades, complicidades. “Se llevaron a la parejita de acá al lado, en algo andarían, eran medio raros, no hablaban nunca con los vecinos” , ¿les suena conocido? Después se sabía, y no sólo entre la militancia, “les meten ratas vivas en la vagina, les cortan los brazos con una sierra”. En el 76 llevaron a La Ribera a una comisión interna de la fábrica Perkins, los tuvieron unos días con nosotros, los que veníamos de La Perla hechos bosta. Después los largaron. Clarito como el agua, miren lo que les puede pasar, a todos les puede pasar esto. A la semana lo sabía todo Córdoba, aunque era mejor mirar para otro lado, pero todos andaban con el culo entre las manos. Eso, es el terror.
¿Ustedes creen que la difusión de las fotos de torturas en las cárceles irakíes es producto de un “descuido” de los americanos? Muchachos, este pibe Rumsfeld sabe lo que hace. Es un mensaje para el mundo musulmán. El imperio del Norte es heredero de la Inquisición. Tortura, muestra, aterroriza, paraliza. Ellos le enseñaron a los nuestros. ¿Por qué creen que muchos de los torturados, llegamos a las cárceles con las huellas de la picana en el cuerpo? Cuando mi vieja me vio en la Navidad del 76, casi se desmaya. Al día siguiente, en mi pueblo, todos sabían lo que les pasaba a los que “se metían en algo raro”. Tarea cumplida. Tortura, muestra, aterroriza, paraliza.
Entonces, más que discutir si “condenamos” o “comprendemos” a los colaboradores, a los delatores, a los que dieron un dato o a los que se pasaron al enemigo, creo que hay que dimensionar la real magnitud de la tortura. He escuchado compañeros que apuntan a los colaboradores como una de las causas de la derrota. Y me parece que en ese tipo de razonamientos hay gato encerrado. Como esquivarle el bulto al real debate, sobre por qué fracasó nuestro proyecto político. Que de última, desde el punto de vista histórico, es ese el único debate posible y, finalmente, productivo.
Hoy, podríamos elegir dos ejemplos de situaciones en que se utiliza la tortura sistemática. Uno es en España contra los militantes de la ETA. Ahí, de las dos componentes posibles (terror e información), prevalece la búsqueda de información, pero siempre desde el sistema del quiebre y posterior colaboracionismo, no el datito extraído a los picanazos. Los italianos en la década del 80 inventaron la figura del “penttito”, el arrepentido que se pasaba al enemigo, revelaba la estructura que conocía y lo hacía público para desmoralizar. Así terminaron con las Brigatte Rosse. ETA se fue aislando del movimiento de masas de Euzkadi para encapsularse cada vez más. Entonces el círculo captura, tortura, colaboración, que de vez en cuando se produce, obliga a los etarras a una mayor compartimentación y más aislamiento.
El otro ejemplo es Medio Oriente. La tortura contra palestinos, irakíes y afganos, es puro terrorismo. Tortura, muestra, aterroriza, paraliza. Cuando necesitaban saber donde se escondía Sadam, al dato lo obtuvieron con plata. Las organizaciones de masas son allí prácticamente invulnerables a la tortura desde el punto de vista de la información, justamente porque son organizaciones de masas. No hay clandestinidad encapsulada. Acá estoy venime a buscar, si te animás. Es lo que pasa con los zapatistas en México, los cocaleros en Bolivia, o las FARC en Colombia. Es cierto que esto, militar y políticamente, tiene mucho que ver con la ocupación del territorio. Pero un barrio, una fábrica, una facultad, también son el territorio. También es cierto que en todos los ejemplos que pueden darse, no hay un grado de pureza absoluto. Pero sí hay una tendencia clara para un lado.
De última, muchachos, para no extenderme más. La tortura como método para paralizar la sociedad y extraer colaboracionistas de las filas de una organización popular, existió siempre y seguirá existiendo. El tema es como neutralizarla. La militancia popular y revolucionaria está compuesta por seres humanos, algunos más fuertes, otros más débiles, todos vulnerables por algún costado. En todas las historias hay héroes y villanos; y en el medio una amplia escala de grises.
Desde el punto de vista histórico, la Argentina es una sociedad torturada. La memoria histórica guarda celosamente el terror, la delación, el colaboracionismo en todos sus grados. La experiencia de las organizaciones populares, lenta y subterráneamente se ha trasladado a la cultura política del pueblo. ¿Se acuerdan cómo cayó De la Rúa? ¿Cómo son las organizaciones piqueteras? El pueblo aprendió muchachos. Y en muchos casos aprendió de los errores nuestros, ese servicio le hemos dado a la historia. “No lo tenía al viejito, y en el Obelisco lo ví bajar de un palazo un cana de un caballo”, me decía un amigo en Buenos Aires refiriéndose al delaruazo y a un vecino panzón que tomaba mate en camiseta todas las tardes en la vereda.
Las orgas piqueteras son otra cosa que hay que ver con detenimiento, no al pedo Kirchner les echó el ojo (el bueno). ¿Alguien moviliza en este país más que los piqueteros? Y son organizaciones de masas aferradas al territorio. Tienen zonas prácticamente liberadas, donde en muchos casos controlan no sólo el comercio de alimentos, también la salud y la educación. Si la cosa se empioja (Dios no lo permita), ¿qué grado de vulnerabilidad tendrían a una política represiva de tortura sistematizada, como la aplicada contra nosotros?
Bueno, estas son más o menos, mis reflexiones sobre el tema y por ahí aportan algo al debate. Les mando un abrazo y, como siempre, si piensan que estoy equivocado háganme saber su opinión. Y si están de acuerdo, o más o menos, también. Un abrazo nacional, popular y revolucionario.
*Director del semanario La Tribuna de Rufino, sobreviviente del centro clandestino de detención La Perla de Córdoba. La nota se escribió originalmente en el marco de una lista de correo de ex detenidos de aquel centro.
Correo para los compañeros
Digamos, por ejemplo, la picana en los testículos, glande y ano. Si queremos hablar desde este punto de vista, solamente los picaneados con furor en estos lugares específicos del cuerpo, podemos conversar del tema entre nosotros. De lo contrario, sería como hablar entre hombres sobre los dolores del parto. Entonces, entre los eléctricamente torturados nos plantearíamos, ¿en qué momento empezaste a sentir que si largabas algún datito, una cita vieja, una casa levantada hace una semana, los tipos te daban un respiro como para dejar de sentir que querías morirte y no podías? ¿En qué momento fue? ¿A las dos horas, tres, cuatro? ¿Cuando la maquinita bajó por primera, segunda, tercera vez hasta el escroto? Allí descubriríamos que los umbrales del dolor son distintos para cada ser humano. Entonces este perfil analítico pierde sentido, descartémoslo; sólo se convertiría en un pormenorizado relato de sufrimientos físicos con dispares resultados en cada organismo vivo.
Intentemos otro ángulo de análisis. El compañero ante su hijo pequeño, al que los horribles le ponen la picana en el pechito desnudo o le apoyan el cañón de la 45 en la cabecita. ¿Qué pasa ahí? Casi todos los que pasamos por La Perla, por ejemplo, y en aquel momento éramos solteros, hoy tenemos hijos. Pongámonos en esa situación ¿qué nos pasaría? Y si ese compañero sabe que salva a su hijo si da tu nombre y dirección ¿vos no le dirías "dale, deciles que me vengan a buscar", para salvar la vida del pibe? Podríamos adoptar varios ejemplos de casos con estas características, en cada uno encontraríamos un momento de vacío, de duda, de contradicción. Cada caso sería un conjunto particular de circunstancias especiales a analizar. Por lo tanto, tampoco sería válido para el análisis general.
Vamos por un tercer intento. El ideológico. ¿Qué grado de fortaleza ideológica hay que tener para soportar la tortura sin dar un dato? ¿Depende eso del grado de ferocidad y nivel de dolor que cause el tormento aplicado? O depende de lo que un militante está dispuesto a sacrificar por su organización y, por ende, proyecto político. Después, habría que preguntarse, ¿dar un dato para ganar tiempo, es lo mismo que darlo porque no se tiene otra información? Luego hay que discriminar, una cosa es dar un dato para ganar tiempo, guardándose otra información útil al enemigo; y otra distinta dar toda la información que el enemigo requiera, y aún más. Allí creo, podríamos encontrar algún grado de certeza (sólo algún grado) para emitir un juicio. Cuando el torturado supera la barrera político ideológica y pasa a identificarse con el enemigo y trabajar para él. Esos casos, en el conjunto de la situación analizada, fueron poquísimos. Y aquí entra a jugar la sesuda reflexión del Riojano. ¿Esos casos fueron por predisposición del traidor a traicionar, o por eficiencia de una maquinaria que lo eligió al detectar condiciones personales favorables en el desgraciado? Pregunta de difícil respuesta, que debería remitir al estudio de cada caso en particular. Hubo quienes sacrificaron su familia para evitar trabajar para el enemigo (Tucho Valenzuela). Y otros que se pasaron a laburar para los milicos, a cambio de la sola supervivencia individual y después de un meticuloso proceso de destrucción mental. Y otros, los menos de los pocos, que se sentaron a colaborar con el enemigo a los 10 minutos de haber sido capturados y sin que les dieran una cachetada. Desde esta perspectiva ideológica, es habitual escuchar que la fortaleza del compañero ante la tortura, depende del grado de compromiso con el proyecto político. ¿Y la pastilla que llevaban en el bolsillo hasta los jefes de la Conducción Nacional? ¿Por qué morir si el compromiso político era el máximo y por lo tanto, la fortaleza ante la tortura era total?
Después de todas estas cavilaciones, muchachos, personalmente encontré refugio sólo en una perspectiva de análisis, que me proporcionó alguna certeza un poco más sólida. La perspectiva histórica. Y si ustedes me permiten, se las cuento tal como la tengo en mente.
Comencemos por preguntarnos qué objetivos persiguió la tortura en la represión del movimiento popular en el período 76-83. Hasta el más pirincho de los asesores yankis en contrainsurgencia, sabe que la tortura es, más que una herramienta para obtener información, un método para sembrar el terror y destruir los lazos sociales, políticos, ideológicos que cohesionan a una comunidad cualquiera detrás de un objetivo. Cualquier especialista en inteligencia, sabe que la infiltración y el análisis de la información obtenida por los infiltrados es, lejos, la mejor herramienta para la destrucción de una estructura clandestina. Y esa política de infiltración vino siendo aplicada por las fuerzas represivas desde mucho antes del 76, con resultados más que exitosos especialmente en las estructuras del peronismo combativo, que pasaron a la clandestinidad luego de un período de política de masas sumamente amplia, que sumaba militantes populares en todos los frentes de manera incesante.
Si nos remitimos a la historia, la tortura solamente ha tenido como objetivo secundario la obtención de información, y esto cuando la represión apuntaba a estructuras clandestinas sumamente cerradas y encapsuladas. Y los resultados siempre han sido relativos. Un dato obtenido en la tortura es siempre de dudosa veracidad y corroborar la certeza de la información implica no sólo tiempo y esfuerzo, sino también riesgos para las fuerzas represivas. La información recogida en la tortura debe ser procesada y tamizada antes de convertirse en un plan operativo. Por eso, la maquinaria apuntaba al quiebre ideológico y destrucción sicológica, para obtener el traspaso de ese umbral casi inconcebible, que es la identificación con el enemigo. Cuando esos individuos eran bien elegidos, y aceptaban por ejemplo salir a “lanchear” y marcar compañeros en la calle, la destrucción que producían era tremenda por lo acelerada, pero casi nunca por lo evitable. En esos casos, no sé qué peso habrá tenido la tortura física, o la condición de rehén de los familiares del elegido para el experimento, o la pérdida de confianza en el proyecto político. Sí creo que la tortura tenía como objetivo central la difusión del terror y no la búsqueda de información. Y esto fue así siempre. Desde que el Papa Inocencio VII en la Inquisición, santificó la tortura como método para redimir almas. Y detalló en el Mallea Maleficarum cada crimen contra la iglesia y el tormento necesario para rescatar el alma del pecador. El acusado de pactar con el demonio debía ser torturado hasta confesar su culpabilidad; y entonces era ejecutado. Es decir, el resultado era siempre el mismo, la muerte. Entonces ¿para qué los tormentos? Por supuesto, para aterrorizar. La información que proporcionaba el torturado, los inquisidores lo sabían, no servía para nada. A lo sumo, para sumar otra víctima, bienvenida sea para extender el terror.
Cuando las tácticas terroristas comienzan a obtener su objetivo (atemorizar a la comunidad), los efectos del terrorismo se multiplican de manera exponencial. Y su efecto es prácticamente inevitable, la parálisis del miedo. La clandestinidad de los movimientos revolucionarios, facilita el efecto del terror. El secuestrado y torturado no tiene arraigo social y afectivo en su barrio, generalmente no tiene la estabilidad laboral que proporciona amistades, complicidades. “Se llevaron a la parejita de acá al lado, en algo andarían, eran medio raros, no hablaban nunca con los vecinos” , ¿les suena conocido? Después se sabía, y no sólo entre la militancia, “les meten ratas vivas en la vagina, les cortan los brazos con una sierra”. En el 76 llevaron a La Ribera a una comisión interna de la fábrica Perkins, los tuvieron unos días con nosotros, los que veníamos de La Perla hechos bosta. Después los largaron. Clarito como el agua, miren lo que les puede pasar, a todos les puede pasar esto. A la semana lo sabía todo Córdoba, aunque era mejor mirar para otro lado, pero todos andaban con el culo entre las manos. Eso, es el terror.
¿Ustedes creen que la difusión de las fotos de torturas en las cárceles irakíes es producto de un “descuido” de los americanos? Muchachos, este pibe Rumsfeld sabe lo que hace. Es un mensaje para el mundo musulmán. El imperio del Norte es heredero de la Inquisición. Tortura, muestra, aterroriza, paraliza. Ellos le enseñaron a los nuestros. ¿Por qué creen que muchos de los torturados, llegamos a las cárceles con las huellas de la picana en el cuerpo? Cuando mi vieja me vio en la Navidad del 76, casi se desmaya. Al día siguiente, en mi pueblo, todos sabían lo que les pasaba a los que “se metían en algo raro”. Tarea cumplida. Tortura, muestra, aterroriza, paraliza.
Entonces, más que discutir si “condenamos” o “comprendemos” a los colaboradores, a los delatores, a los que dieron un dato o a los que se pasaron al enemigo, creo que hay que dimensionar la real magnitud de la tortura. He escuchado compañeros que apuntan a los colaboradores como una de las causas de la derrota. Y me parece que en ese tipo de razonamientos hay gato encerrado. Como esquivarle el bulto al real debate, sobre por qué fracasó nuestro proyecto político. Que de última, desde el punto de vista histórico, es ese el único debate posible y, finalmente, productivo.
Hoy, podríamos elegir dos ejemplos de situaciones en que se utiliza la tortura sistemática. Uno es en España contra los militantes de la ETA. Ahí, de las dos componentes posibles (terror e información), prevalece la búsqueda de información, pero siempre desde el sistema del quiebre y posterior colaboracionismo, no el datito extraído a los picanazos. Los italianos en la década del 80 inventaron la figura del “penttito”, el arrepentido que se pasaba al enemigo, revelaba la estructura que conocía y lo hacía público para desmoralizar. Así terminaron con las Brigatte Rosse. ETA se fue aislando del movimiento de masas de Euzkadi para encapsularse cada vez más. Entonces el círculo captura, tortura, colaboración, que de vez en cuando se produce, obliga a los etarras a una mayor compartimentación y más aislamiento.
El otro ejemplo es Medio Oriente. La tortura contra palestinos, irakíes y afganos, es puro terrorismo. Tortura, muestra, aterroriza, paraliza. Cuando necesitaban saber donde se escondía Sadam, al dato lo obtuvieron con plata. Las organizaciones de masas son allí prácticamente invulnerables a la tortura desde el punto de vista de la información, justamente porque son organizaciones de masas. No hay clandestinidad encapsulada. Acá estoy venime a buscar, si te animás. Es lo que pasa con los zapatistas en México, los cocaleros en Bolivia, o las FARC en Colombia. Es cierto que esto, militar y políticamente, tiene mucho que ver con la ocupación del territorio. Pero un barrio, una fábrica, una facultad, también son el territorio. También es cierto que en todos los ejemplos que pueden darse, no hay un grado de pureza absoluto. Pero sí hay una tendencia clara para un lado.
De última, muchachos, para no extenderme más. La tortura como método para paralizar la sociedad y extraer colaboracionistas de las filas de una organización popular, existió siempre y seguirá existiendo. El tema es como neutralizarla. La militancia popular y revolucionaria está compuesta por seres humanos, algunos más fuertes, otros más débiles, todos vulnerables por algún costado. En todas las historias hay héroes y villanos; y en el medio una amplia escala de grises.
Desde el punto de vista histórico, la Argentina es una sociedad torturada. La memoria histórica guarda celosamente el terror, la delación, el colaboracionismo en todos sus grados. La experiencia de las organizaciones populares, lenta y subterráneamente se ha trasladado a la cultura política del pueblo. ¿Se acuerdan cómo cayó De la Rúa? ¿Cómo son las organizaciones piqueteras? El pueblo aprendió muchachos. Y en muchos casos aprendió de los errores nuestros, ese servicio le hemos dado a la historia. “No lo tenía al viejito, y en el Obelisco lo ví bajar de un palazo un cana de un caballo”, me decía un amigo en Buenos Aires refiriéndose al delaruazo y a un vecino panzón que tomaba mate en camiseta todas las tardes en la vereda.
Las orgas piqueteras son otra cosa que hay que ver con detenimiento, no al pedo Kirchner les echó el ojo (el bueno). ¿Alguien moviliza en este país más que los piqueteros? Y son organizaciones de masas aferradas al territorio. Tienen zonas prácticamente liberadas, donde en muchos casos controlan no sólo el comercio de alimentos, también la salud y la educación. Si la cosa se empioja (Dios no lo permita), ¿qué grado de vulnerabilidad tendrían a una política represiva de tortura sistematizada, como la aplicada contra nosotros?
Bueno, estas son más o menos, mis reflexiones sobre el tema y por ahí aportan algo al debate. Les mando un abrazo y, como siempre, si piensan que estoy equivocado háganme saber su opinión. Y si están de acuerdo, o más o menos, también. Un abrazo nacional, popular y revolucionario.
*Director del semanario La Tribuna de Rufino, sobreviviente del centro clandestino de detención La Perla de Córdoba. La nota se escribió originalmente en el marco de una lista de correo de ex detenidos de aquel centro.