Guerrieri III: “Militamos por los más humildes, los que no tenían voz”
Hombres y mujeres secuestrados en distintos centros clandestinos de detención y tormentos de Rosario y la zona. Niños y niñas, ahora adultos, que fueron detenidos con sus padres o que vieron cómo se los llevaban frente a sus narices, y que no supieron nunca más de ellos. Ex compañeros, testigos del horror y de la épica militante de los sesenta y setenta. Todos testigos del juicio Guerrieri III, en el que se ventilan los crímenes de lesa humanidad cometidos por diez represores del Batallón 121 de Inteligencia durante la dictadura, que declararon en las últimas audiencias realizadas por el Tribunal Oral Federal N° 1 de la ciudad. En esta edición de cierre del Diario de los juicios, presentamos un repaso por sus valerosos testimonios.
Jueves 24 de noviembre
“Por más que yo haya perdido y me hayan quitado la posibilidad de tener a mi papá, esto, si bien no me lo devuelve, tiene un nivel restitutivo”, dijo aquel día Mariana Victoria Flores ante el Tribunal Oral Federal 1 (TOF1) de Rosario. Y apuntó a la dimensión social de los juicios: “Porque por fin esto dejó de pasarme a mí y empezó a pasarle a la sociedad”.
Flores fue secuestrada cuando sólo tenía seis meses junto a su madre Laura Ester Repetti –quien también declaró en la audiencia de este jueves– y su padre Daniel Flores, que permanece desaparecido. El matrimonio era de origen cristiano y su creencia religiosa los movió a la militancia política de los años 70, contó Repetti.
El 7 de junio de 1977, los tres fueron secuestrados por una patota de civil a la salida de un cine y conducidos al centro clandestino de detenciones “La Calamita”, ubicado en Granadero Baigorria, según pudo reconstruir con el tiempo Laura Repetti.
Su hija Mariana declaró que lo que conoce de su cautiverio “es por el relato de mi mamá”, puesto que no posee memoria de lo ocurrido. “Hace poco, yo pensé que una de las diferencias entre mi mamá y yo es que a mi mamá, a los veintipico, le sucedió algo”, le dijo al tribunal.
Y siguió: “A mí no me sucedió nada, a mí me constituye, yo no soy sólo eso, pero no soy sin eso”. “Para mí estar acá –dijo– es algo que desee toda la vida, yo lo único que deseaba es que los que eran responsables sean responsables”.
Flores contó que su infancia y adolescencia transcurrieron durante “muchos años de silencio” y que “la desaparición de mi papá acarreó la muerte de mi familia paterna”. Narró que hace poco tiempo, una mujer que va al comercio que ella tiene le contó que era prima de su papá, dato que había mantenido oculto a pesar de conocerla.
“Recién hace dos semanas que esa mujer me dijo llorando que era la prima de mi papá y me habló de él. Los juicios, las palabras dichas acá, traspasan y empieza a pasar algo”, consideró.
Luego declaró su madre, Laura Repetti, quien brindó detalles de su detención ilegal y del lugar en el que estuvo secuestrada, hasta que fue liberada junto a su hija.
Contó que antes de ser liberada pudo ver a su pareja golpeado y con las marcas de la tortura, a quien le dejó la alianza matrimonial.
“El 7 de junio de 1977 nos secuestran a mí, a mi hija y a mi marido”, apuntó Retti, y luego detalló: “Nos interceptan cuatro o cinco personas armadas de civil cuando volvíamos del cine. Desde ahí salimos a toda velocidad, a mi me tapan con una ropa. Veo el Ava Miriva, llegamos a un camino de tierra, una loma. Fuimos avanzando, entramos a un lugar, lo llevan a mi marido por un lado y a mí por otro”, recordó.
Como los anteriores, el testimonio de Laura también fue conmovedor. “Me sacan a mi hija, me agarra un temblor y dicen «traiganle a la nena»”, rememoró la testigo. Y prosiguió: “Estaba esposada y vendada, estaba donde ellos descansaban. Veía las botas por debajo de la venda. Yo estaba muy cerca de la sala de tortura. Escuche cuando lo torturaban a mi marido y a otros”.
Entre otros hechos, la testigo declaró que cuando la estaban por liberar, la llevaron a ver a su marido. “Nos meten en un cuartito a los dos, él no tenía venda. Estaba todo lastimado, con marcas de la tortura. Con gran amor me dijo que me fuera, que él iba a estar bien”,
“Por un lado yo no me quería ir, pero estaba con mi hija”, revivió el momento Laura, y avanzó con su testimonio: “Me llevan en el auto vendada, en la parte de atrás. Me bajan, era de noche, empiezo a contar. Las recomendaciones fueron que no hablara. Me fui al campo de mis tíos, era tanto el miedo que tenía, que ni siquiera le dije a ellos por qué estaba ahí”.
Sobre el lugar, pudo registrar que el baño era muy “chiquito” y “simple”, que cuando la llevan a declarar “subía una escalera”. “Había un aljibe, los pisos eran de mosaicos. Recuerdo ruidos del lugar, del campo, y ruidos de autos, creo haber escuchado un tren. En el baño vi tierra, había un pozo, un aljibe”, enumeró.
La testigo se refirió por último a cómo sus suegros “empezaron un peregrinaje” buscando a Rubén, su compañero, y a su propio dolor tras la pérdida del padre de Mariana. “Lo único que te queda es dolor. La desaparición tiene la espera, la espera de siempre”, aseguró.
En la audiencia de ese jueves, también declaró Carlos Novillo, sobreviviente de La Calamita y hermano de uno de los desaparecidos de la Quinta de Funes. Aunque no fue su primera vez ante un tribunal, Novillo volvió a dar un testimonio conmovedor. Recordó que durante su cautiverio “una o dos veces al día se sentía el tren y lejos se escuchaba el paso de un avión” y que “por las noches generalmente se escuchaban los gritos y los tiros de fusilamiento”.
El otro testigo que se escuchó en la jornada –en rigor el primero–, fue José Animendi, otro de los sobrevivientes de La Calamita. El Chubi, como lo conocen sus compañeros, realizó otro relato desgarrador, en el que contó su secuestro y las características de los tormentos a los que eran sometidos los detenidos en ese centro clandestino de detención.
Animendi narró los hechos desde que comenzó a trabajar en una fábrica de Ovidio Lagos al 4000, en mayo de 1977, hasta que fue secuestrado y llevado por una zona que pudo identificar en las “afueras de la ciudad” y que coincide con el ex centro clandestino de detención La Calamita. Contó que una vez “apareció el comandante”, luego de que había dejado de torturarlo. “Acá no legalizamos a nadie, o se colabora o se sale muerto”, le dijo el militar al que recordó con el nombre de Sebastián (apodo que con el tiempo se supo que fue utilizado por el mayor Jorge Fariña).
“Al tercer día empiezo a percibir el lugar donde estaba. Tenía unas ventanas que miraban al este, se percibía claramente el paso de un tren a la mañana”, refirió Animendi, quien además identificó “un baño que tenía una ventana que miraba al oeste, desde donde se percibían los ruidos de autos” y algo más lejano los sonidos de “una ruta o autopista”.
Entre los apodos de los represores que escuchó durante su cautiverio, que se prolongó nueve días, el testigo, que reconoció haber estado “tabicado” –es decir con vendas que le tapaban los ojos–, señaló que pudo escuchar a “Sebastián, Aldo, y el Puma”.
Animendi comentó que fue finalmente dejado en libertad, abandonado en avenida Circunvalación
Viernes 2 de diciembre
En la audiencia del viernes 2 de diciembre declararon los hijos y la ex pareja de María Adela Reyna Lloveras, una de las víctimas de la causa, quien estuvo secuestrada en La Calamita, Quinta de Funes, La Intermedia y Escuela Magnasco, y que se encuentra desaparecida. El primer testigo de la jornada fue Guillermo Martínez, su hijo.
“Yo tenía casi cinco años, exactamente no recuerdo la última vez que la vi, tengo muchos recuerdos de ella pero no el último”, admitió el hombre ante los jueces. Y siguió: “Sí, tengo recuerdos muy vividos, muy fuertes, muchos. Era chico, pero me acuerdo. Nunca supimos en qué circunstancias exactas ella fue secuestrada. Ella se dirigía a Buenos Aires en ese mes de octubre del 76. Pudo haber sido en Retiro, en el camino o en algún lugar en Buenos Aires. Estábamos viviendo entre San Nicolás y Rosario”.
Guillermo recordó también que su padre, militante de la organización Montoneros como su madre, fue “un preso político desde octubre del 1974”.
El testigo relató en la audiencia la idas y vueltas que le llevó a su familia saber algo y dar con el paradero de su madre, con diversos reclamos a la Justicia, presentaciones de habeas corpus y reclamos de los organismos de derechos humanos.
Guillermo explicó que finalmente pudo saber que María Adela había estado en los centros clandestinos de detención Quinta de Funes, la Intermedia y la Calamita, y que junto a otros compañeros fueron asesinados. “Tengo entendido que los cargan en un avión y los cuerpos terminaron en la Bahía de Samborombón”, dijo el testigo, recogiendo la información que se fue dando a conocer en los sucesivos juicios contra la patota del Batallón 121 de Inteligencia.
Por último Guillermo describió ante el tribunal cómo fue vivir con su madre desaparecida y su padre detenido, viviendo en casa de compañeros de militancia de sus viejos, yendo de un domicilio a otro, alejado de su hermana que también fue cuidada por compañeros, hasta que se reúnen los tres cuando su papá sale de la cárcel a fines de 1982.
Luego declaró la hermana de Guillermo, María Celeste Martínez Reyna, quien estaba por cumplir tres años cuando secuestraron a su madre. “La mayoría de las cosas que conozco es porque me las han contado, mi papá cuando salió de la cárcel, mis tíos. Mi familia era de militantes”, comenzó su testimonio la joven mujer.
“Conozco algunas cosas por mi mama de crianza, que es una prima hermana de mi mamá”, dijo María Celeste, describiendo otra dimensión de las consecuencias del terrorismo de Estado. Y remarcó: “Me encantaría tener recuerdos pero no los tengo. Me encantaría acordarme, me hizo mucha falta, por supuesto, siempre lo sentí de esa manera. Desde que fui madre, siempre pienso en todo lo que me perdí”.
Consultada en la audiencia sobre si sentiría alguna diferencia entre tener los restos de su madre y que esté desaparecida, la testigo respondió que sí. “Eso me recuerda un detalle –reconoció la testigo–. Mi mama de crianza, a la cual estoy profundamente agradecida, en su ignorancia sobre el carácter de los desaparecidos, me decía: «No sabemos donde está, pero capaz vuelve». Entonces yo esperaba. Mis primeros años fueron así, estábamos en un campo de gente amiga pasando el día y yo pensaba «capaz, cuando vuelva, esté en casa». Recién cuando sale mi papá me dice: «No la esperes más, porque la mataron»”.
“Notablemente, tener la posibilidad de saber que una persona murió, y hacer el duelo como corresponde, sería saludable”, finalizó María Celeste.
“La causa por la que estoy acá, es mi mujer, María Adela, que está desaparecida, al igual que un hermano mío y mi cuñado, esposo de mi hermana María Soledad. Entrañables compañeros de estudio también se encuentran desaparecidos”. Así, inició su declaración Guillermo Martínez Agüero (padre), el primer marido de Reina Lloveras.
El hombre contó que con María los unió “una militancia de varios años” hasta que él fue detenido en la ciudad de Mendoza. “María era una activa militante, tuvimos dos hijos, militó con mucho compromiso, con mucha entrega, con mucha sinceridad”, describió el hombre.
El testigo explicó las dificultades para obtener información sobre la suerte de su compañera mientras era prisionero de la dictadura. También refirió que ya en libertad pudo ir reconstruyendo lo que ocurrió en la Quinta de Funes.
Guillermo padre, hizo un alto sobre el final de su declaración para reivindicar a la generación de militantes de los setenta y a su ex mujer. “Militábamos en agrupaciones barriales, en zonas muy carenciadas, o en zonas de barrios obreros, con la finalidad de cambiar el destino de nuestra patria”, planteó el testigo, y concluyó: “Nuestra militancia tenía un nivel de compromiso profundo con el sentir de los más humildes, de los trabajadores, de aquellos que no tenían voz”.
Viernes 16 de diciembre
La del viernes 16 fue otra audiencia cargada de emociones fuertes. Desde Salta vino a declarar a los tribunales federales de Rosario un testigo cuya historia está muy atravesada por la memoria de luchas y represiones sufridas en la Argentina. Tupac Vladimir Puggioni, hijo de la última pareja de Fernando Agüero –otro de los desaparecidos de la causa Guerrieri–, aportó trazos de la biografía del Pipa, apodo del compañero de su madre, y de una familia muy castigada por el terrorismo de Estado.
“A mi papá (Aníbal Puggioni) lo asesinaron en el 75, mi mamá está desaparecida, mi abuelo materno estuvo ocho años detenido, el hermano de mi mamá también. Mi abuela materna, que fue diputada por el peronismo, también estuvo presa”, contó Tupac.
El testigo indicó que vivía con su madre Gladys del Valle Porcel –militante de la agrupación FR17 de Octubre– cuando ella fue secuestrada. “Estaba en una casa quinta de Moreno, yo tendría seis años en ese momento. Eso fue a fines de octubre del 76”.
Tupac destacó ante el tribunal que su madre –cuyo caso es investigado en otra causa– estaba embarazada al momento de su secuestro. “Ella estaba con un muchacho en esa época, Fernando Agüero, que la iba a visitar, estuvo en la casa de Moreno en varias veces, mi mamá estaba embarazada de seis meses. El Pipa fue una persona presente en esa instancia”, describió.
Tupac también narró los hechos del día del secuestro de su madre en la casa donde convivía además con otros compañeros y sus hijos. “El día que cae –relató–, los tipos estaban de civil con armas. Nosotros estábamos en la pieza, todos los niños, con una niñera. Mi mama decía «no, no, no» y después se la llevan. Después entra un camión y se lleva todo. Luego llega el papá de los Dylon, yo me voy a vivir con la chica que nos cuidaba dos semanas y mi abuela después me encuentra”.
“Mi abuela fue una de las primeras abuelas de Plaza de Mayo, siempre fue muy luchadora, no se iba a quedar callada, ella siempre salió y buscó”, dijo orgulloso Tupac, y luego comentó que hace algunos años el Equipo Argentino de Antropología Forense (Eaaf) identificó los restos de su madre en un cementerio de Avellaneda. “Esos restos se habían encontrado con la democracia de Alfonsín pero no se había podido analizar hasta el momento que la tecnología avanzó. Todo indica que (su hermano o hermana) nació en cautiverio, no estaba en la fosa ni nada. Toda una investigación profunda indica que nació”, remarcó el testigo.
El segundo y último testimonio de esa jornada fue brindado por María Amelia González, ex detenida política que ya declaró en Guerrieri I y II. “Fui víctima en varias oportunidades. El 26 febrero del 77, en mi residencia familiar en Oroño 1567, y luego viviendo en Asunción del Paraguay, el 17 de octubre del 80”, aclaró de entrada la testigo.
María Amelia recordó que la madrugada del 26 de febrero de 1977, mientras dormía en su domicilio con sus hijos y su marido –Ernesto Traverso, desaparecido y víctima de la causa–, fue secuestrada por quince personas camufladas con pasamontañas. “Nos sacan, nos llevan a los dos, siento que a mi marido lo trasladaron por el pasillo. En el dormitorio habían roto una sábana que me ponen en los ojos. Si cuento las emociones, las mías, eran que los chicos hubiesen quedado solos”, expresó ante los jueces la testigo y sobreviviente.
Tal cual lo hiciera en otras oportunidades, González describió con detalles cómo la trasladaron separada de su marido a La Calamita, lugar en el que identificó a otros detenidos y a alguno de sus captores, y del que dio cuenta de las torturas que se practicaban permanentemente.
“La noche que nos llevan, escucho, empiezo a darme cuenta. A la siguiente escucho su alarido (el de su marido) con palabras específicas de estar siendo torturado, cosa que se repetía permanentemente”, rememoró María Amelia.
Sobre el cierre de su testimonio, la testigo recordó que cuando recuperó su libertad, los captores, en un acto de crueldad absoluta, la despidieron con la siguiente frase: “Su marido se va a quedar con nosotros un día, un mes o un año más”.