Juicio Díaz Bessone: Memorias de Alejandra
Cuatro importantes testimonios se escucharon este lunes en el tribunal oral federal N°2 de Rosario, donde se está juzgando a seis imputados por delitos de lesa humanidad cometidos durante la dictadura en el Servicio de Informaciones (SI) de la policía de Rosario.
La primera de las testigos en declarar fue la referente de Familiares de desaparecidos por razones políticas, Élida Luna, quien aportó un relato sobre el contexto en que se desarrollaron los hechos que se están juzgando, al describir el origen del organismo de derechos humanos que preside, surgido en los primeros años de la dictadura.
Luna recordó cómo se acercó a la lucha de los organismos de derechos humanos tras el secuestro y desaparición de su compañero Daniel Gorosito, militante del Partido Revolucionario del Pueblo (PRT), uno de los casos que se les imputa a los represores del SI, aunque no esté entre los que se están juzgando en este tramo del juicio.
En segundo término se presentó el testimonio de Clelia Beatriz Righi. La testigo declaró haber conocido a Alejandro Stancanelli, una de las víctimas fatales de la causa, y realizó un tremendo relato del día en que por un hecho fortuito vio cómo lo fusilaban en plena calle.
Righi contó que conocía a Stancanelli de su infancia en Plaza Jewell. Él jugaba al rugby y ella al hockey, y relató un encuentro casual que tuvo, a pocas cuadras del tribunal, en el año 1976, en Oroño y San Luís. “Él iba solo, yo estaba con un compañero, Gonzalo Barrios, justo en la esquina que íbamos a cruzar a la parada de San Luís para tomar el colectivo. Conversamos muy frívolamente. Me dijo «qué linda estás, me voy a la facultad, seguís jugando al hockey», y sigue caminando por Oroño hacia Mendoza y cruzo”.
Luego la testigo recordó que, mientras esperaba el colectivo frente al colegio Misericordia, escucha tiros de revólver. “Me escondo como en un umbral de un kiosquito ‒relató Righi‒ y lo veo a Alejandro corriendo hacia Alvear, rengo, y detrás de él venían personas tirando tiros. Se cae al suelo frente a una casa muy linda antes de llegar a Alvear, en la calle. Veo que le tiran un arma encima, un revólver”.
Righi después agregó: “Yo quería salir, gritaba. El chico que estaba conmigo me sostenía. Nos fuimos sigilosamente hasta Oroño, y después a Rioja. No supe nada hasta el otro día, que leo fue abatido Alejandro y lo encontraron con arma. Yo no vi que él tuviera un arma, se la tiraron encima, fue asesinado”.
En tercer lugar fue el turno de la ex detenida Marta Bertolino. La testigo brindó uno de los más extensos testimonios del juicio, comenzó alrededor de las 16 y culminó recién a las 21. Bertolino relató la “tragedia familiar” que tuvo que vivir, tras la detención y posterior desaparición de su compañero, Oscar Manzur, los pormenores su propio secuestro, los terribles tormentos a los que fue sometida durante su avanzado embarazo en el SI, y el parto en condiciones infrahumanas que debió soportar en el marco de ese siniestro cautiverio.
“Éramos hacía tiempo militantes peronistas y participamos muy activamente dentro de la JP, cuando empezó a asomar la democracia en la Argentina. Habíamos vivido casi toda la vida entre dictaduras y proscripciones. Militamos fuertemente en la JP durante todo el proceso que llevó al gobierno a Campora”, recordó Bertolino al inicio de su testimonio.
La testigo luego describió las circunstancias de su detención y complicó a varios de los imputados de la causa, en especial al ex policía José Lofiego. “El Ciego (apodo de Lofiego) sobresalia por su desborde de locura, por su crueldad y porque comandaba las torturas”, declaró Bertolino, quien en numerosas oportunidades ‒a través de libros y documentales publicados en la ciudad‒, ha dado cuenta de la increíble historia que le tocó vivir en ese infierno en el que dio a luz a su hija Alejandra Manzur.
Por último fue el turno de Alejandra Manzur, hija de Marta Bertolino y Oscar Manzur. Su testimonio tuvo un tono conmovedor, al punto que varias veces se vio a los abogados de los querellantes secarse las lágrimas.
Manzur, que tiene por estos días un embarazo de nueve meses, hizo un repaso por la dura historia familiar que le tocó vivir, aludió a los relatos que su madre compartió con ellas sobre su nacimiento, y relató las memorias de cómo fue su vida durante y después de la detención de su mamá.
“Mi madre Marta Bertolino ‒comenzó Alejandra‒, embarazada de mí de ocho meses, junto a mi padre fueron secuestrados el 10 de agosto de 1976 y fueron llevados al SI de la Jefatura de Policía, donde fueron salvajemente torturados. Yo no tengo memoria de esto, tengo el relato de mi madre. Mi madre me cuenta que por dos días escuchó las quejas de mi padre que estaba junto a ella y en un momento escucho “nena, me muero”, y no lo escucho más. Ella siguió siendo torturada e interrogada”.
La testigo relató luego que “el 3 de septiembre de 1976 mi madre rompe bolsa y antes de llevarla a la Maternidad Martin la amenazan con que el bebe que iba a nacer, que soy yo, iba a ser desaparecido porque ella tiene que seguir siendo interrogada”.
A continuación, Alejandra dio una dura descripción de cómo fue nacer en poder de los genocidas: “Había policías custodiando dentro y fuera de la habitación. El obstetra, en un acto de valentía, en algún momento hecha a los guardias de la custodia y puede darme a luz. Era el 4 de septiembre de 1976. Los dos médicos que estaban ahí y la enfermera, tratan de ayudarla y me anotan, y una enfermera pide un teléfono, por lo cual mis abuelos estuvieron en conocimiento de esta situación. Los primeros dos días y medio de mi vida yo paso en esa habitación sin darme ningún tipo de alimento y ella sin poder darme de mamar. Luego vamos a la Unidad Penitenciaria 5 de Rosario, en una semi legalización, después a Villa Devoto, hasta que cumplo seis meses. El 7 de marzo de 1977 me separan de mi madre y me llevan con mis abuelos”.
Alejandra contó que luego fue a parar a la casa de sus abuelos maternos. “Con mi abuelo Pocho, mi abuela Rina y mi tío Guillermo, en ese hogar, esas tres personas me brindaron todo el amor, el afecto y la contención necesaria para poder sobrevivir, sin esto hubiera sido imposible seguir viviendo”, recordó la testigo, quien mencionó además que su tío Eduardo, mellizo de su madre, también estaba preso en la cárcel de Coronda.
La testigo tocó las fibras de los jueces y el público que quedaba en la sala ‒a esa altura de la jornada eran cerca de las 22 de la noche‒, cuando habló sobre la comunicación con su mama durante la detención en Devoto. “Las cartas llegaban cada semana, cartas de mi mamá llenas de dibujos. Mis abuelos me las leían. Las visitas eran cada dos o tres meses o cuatro, y eran a través de un locutorio, yo chiquita podía registrar muy poco de todo eso”, rememoró Alejandra.
En un tramo muy doloroso de su relato, Alejandra contó el reencuentro con su madre cuando recuperó su libertad, a los cinco años, y el suicidio de su abuela Rina cuatro años después. Alejandra ligó ese tremendo hecho “con las atrocidades que había vivido la familia”.
La primera de las testigos en declarar fue la referente de Familiares de desaparecidos por razones políticas, Élida Luna, quien aportó un relato sobre el contexto en que se desarrollaron los hechos que se están juzgando, al describir el origen del organismo de derechos humanos que preside, surgido en los primeros años de la dictadura.
Luna recordó cómo se acercó a la lucha de los organismos de derechos humanos tras el secuestro y desaparición de su compañero Daniel Gorosito, militante del Partido Revolucionario del Pueblo (PRT), uno de los casos que se les imputa a los represores del SI, aunque no esté entre los que se están juzgando en este tramo del juicio.
En segundo término se presentó el testimonio de Clelia Beatriz Righi. La testigo declaró haber conocido a Alejandro Stancanelli, una de las víctimas fatales de la causa, y realizó un tremendo relato del día en que por un hecho fortuito vio cómo lo fusilaban en plena calle.
Righi contó que conocía a Stancanelli de su infancia en Plaza Jewell. Él jugaba al rugby y ella al hockey, y relató un encuentro casual que tuvo, a pocas cuadras del tribunal, en el año 1976, en Oroño y San Luís. “Él iba solo, yo estaba con un compañero, Gonzalo Barrios, justo en la esquina que íbamos a cruzar a la parada de San Luís para tomar el colectivo. Conversamos muy frívolamente. Me dijo «qué linda estás, me voy a la facultad, seguís jugando al hockey», y sigue caminando por Oroño hacia Mendoza y cruzo”.
Luego la testigo recordó que, mientras esperaba el colectivo frente al colegio Misericordia, escucha tiros de revólver. “Me escondo como en un umbral de un kiosquito ‒relató Righi‒ y lo veo a Alejandro corriendo hacia Alvear, rengo, y detrás de él venían personas tirando tiros. Se cae al suelo frente a una casa muy linda antes de llegar a Alvear, en la calle. Veo que le tiran un arma encima, un revólver”.
Righi después agregó: “Yo quería salir, gritaba. El chico que estaba conmigo me sostenía. Nos fuimos sigilosamente hasta Oroño, y después a Rioja. No supe nada hasta el otro día, que leo fue abatido Alejandro y lo encontraron con arma. Yo no vi que él tuviera un arma, se la tiraron encima, fue asesinado”.
En tercer lugar fue el turno de la ex detenida Marta Bertolino. La testigo brindó uno de los más extensos testimonios del juicio, comenzó alrededor de las 16 y culminó recién a las 21. Bertolino relató la “tragedia familiar” que tuvo que vivir, tras la detención y posterior desaparición de su compañero, Oscar Manzur, los pormenores su propio secuestro, los terribles tormentos a los que fue sometida durante su avanzado embarazo en el SI, y el parto en condiciones infrahumanas que debió soportar en el marco de ese siniestro cautiverio.
“Éramos hacía tiempo militantes peronistas y participamos muy activamente dentro de la JP, cuando empezó a asomar la democracia en la Argentina. Habíamos vivido casi toda la vida entre dictaduras y proscripciones. Militamos fuertemente en la JP durante todo el proceso que llevó al gobierno a Campora”, recordó Bertolino al inicio de su testimonio.
La testigo luego describió las circunstancias de su detención y complicó a varios de los imputados de la causa, en especial al ex policía José Lofiego. “El Ciego (apodo de Lofiego) sobresalia por su desborde de locura, por su crueldad y porque comandaba las torturas”, declaró Bertolino, quien en numerosas oportunidades ‒a través de libros y documentales publicados en la ciudad‒, ha dado cuenta de la increíble historia que le tocó vivir en ese infierno en el que dio a luz a su hija Alejandra Manzur.
Por último fue el turno de Alejandra Manzur, hija de Marta Bertolino y Oscar Manzur. Su testimonio tuvo un tono conmovedor, al punto que varias veces se vio a los abogados de los querellantes secarse las lágrimas.
Manzur, que tiene por estos días un embarazo de nueve meses, hizo un repaso por la dura historia familiar que le tocó vivir, aludió a los relatos que su madre compartió con ellas sobre su nacimiento, y relató las memorias de cómo fue su vida durante y después de la detención de su mamá.
“Mi madre Marta Bertolino ‒comenzó Alejandra‒, embarazada de mí de ocho meses, junto a mi padre fueron secuestrados el 10 de agosto de 1976 y fueron llevados al SI de la Jefatura de Policía, donde fueron salvajemente torturados. Yo no tengo memoria de esto, tengo el relato de mi madre. Mi madre me cuenta que por dos días escuchó las quejas de mi padre que estaba junto a ella y en un momento escucho “nena, me muero”, y no lo escucho más. Ella siguió siendo torturada e interrogada”.
La testigo relató luego que “el 3 de septiembre de 1976 mi madre rompe bolsa y antes de llevarla a la Maternidad Martin la amenazan con que el bebe que iba a nacer, que soy yo, iba a ser desaparecido porque ella tiene que seguir siendo interrogada”.
A continuación, Alejandra dio una dura descripción de cómo fue nacer en poder de los genocidas: “Había policías custodiando dentro y fuera de la habitación. El obstetra, en un acto de valentía, en algún momento hecha a los guardias de la custodia y puede darme a luz. Era el 4 de septiembre de 1976. Los dos médicos que estaban ahí y la enfermera, tratan de ayudarla y me anotan, y una enfermera pide un teléfono, por lo cual mis abuelos estuvieron en conocimiento de esta situación. Los primeros dos días y medio de mi vida yo paso en esa habitación sin darme ningún tipo de alimento y ella sin poder darme de mamar. Luego vamos a la Unidad Penitenciaria 5 de Rosario, en una semi legalización, después a Villa Devoto, hasta que cumplo seis meses. El 7 de marzo de 1977 me separan de mi madre y me llevan con mis abuelos”.
Alejandra contó que luego fue a parar a la casa de sus abuelos maternos. “Con mi abuelo Pocho, mi abuela Rina y mi tío Guillermo, en ese hogar, esas tres personas me brindaron todo el amor, el afecto y la contención necesaria para poder sobrevivir, sin esto hubiera sido imposible seguir viviendo”, recordó la testigo, quien mencionó además que su tío Eduardo, mellizo de su madre, también estaba preso en la cárcel de Coronda.
La testigo tocó las fibras de los jueces y el público que quedaba en la sala ‒a esa altura de la jornada eran cerca de las 22 de la noche‒, cuando habló sobre la comunicación con su mama durante la detención en Devoto. “Las cartas llegaban cada semana, cartas de mi mamá llenas de dibujos. Mis abuelos me las leían. Las visitas eran cada dos o tres meses o cuatro, y eran a través de un locutorio, yo chiquita podía registrar muy poco de todo eso”, rememoró Alejandra.
En un tramo muy doloroso de su relato, Alejandra contó el reencuentro con su madre cuando recuperó su libertad, a los cinco años, y el suicidio de su abuela Rina cuatro años después. Alejandra ligó ese tremendo hecho “con las atrocidades que había vivido la familia”.